jueves, 28 de febrero de 2008

Paisaje inútil por Unión de Paisajistas del Mediterráneo

Decimocuarto relato recibido

Título: Paisaje inútil
Autor: Unión de Paisajistas del Mediterráneo

PAISAJE INÚTIL


Mira la luna

y mira al mar

y huele la brisa

que trae olor a pinos.


Mira esa luna triste,

oscura, sucia, con sangre.

Mira cómo cae su luz mugrienta

Sobre la tierra silente.

Mira al mar aceitoso

Cómo arrastra cuerpos muertos,

Cómo corroe las rocas que roza

Agotado, agonizante.

Huele esa brisa infecta

Que trae olor a cadáver,

Hedor de malaria y muerte

Amarilla, podrida, extraña.

Y mira los pinos blancos,

Esqueléticos, desnudos,

Con sus hojas mortecinas

Como una lluvia de agujas

Oxidadas, parduscas, enfermas.


Mira todo y entenderás

Que el paisaje de tus fotos

Se ha perdido, ya no existe.

Un instante lo arrasó,

Implacable como el tiempo,

Severo como la muerte.


E inútil

Como las fotos

Que adornaban

Tu salita

miércoles, 27 de febrero de 2008

Una pequeña historia por Enywen

Décimotercer relato recibido

Título: Una pequeña historia
Autor: Enywen

Una pequeña historia


En medio de la ciudad hay una casita. Pequeña, de tres pisos. Encerrada entre dos grandes y altos edificios de oficinas y frente a una gran avenida. Conserva el aroma de tiempos ya pasados y eras que ya no volverían, de recuerdos y sucesos que perdidos en la memoria se encuentran.
En medio de la ciudad se encuentra una pequeña casita. En la parte de atrás un cuidado jardincillo, en la de delante una tintineante bombilla. La puerta está pintada de blanco, de azul el ladrillo. A través de los marcos de las ventanas se ven bordadas cortinas.
En medio de la ciudad hay una casita, en ella se oyen continuos maullidos. No hay uno, ni dos, ni tres gatos. Hay cien, ni uno más ni uno menos. Blancos, negros y grises. Anaranjados y atigresados. De mil colores y combinaciones. Aunque pueda parecer increíble, no hay dos iguales.
En medio de la ciudad hay una pequeña casita. En ella vive una mujer mayor con gran compañía. En la parte de arriba se encuentran las hembras, en la de en medio los machos, ella en la de más abajo. Cuando es la hora de la comida todos se reúnen en la cocina. La mujer no tiene que llamarles: con un leve silbido los cien mininos van a su lado. Ella les contempla con gran alegría.
En medio de la ciudad vive una anciana con cien gatos de compañía. Pero ella no es la dueña de la vivienda: son los mininos los amos. Mientras sean cien, ni uno más ni uno menos, la casita será suya. Ellos van, ellos vienen y, aunque el tiempo pase y no se detenga, ellos siempre son los mismos.
En medio de la ciudad hay una casita donde habitan cien gatos y una mujer de gran edad. Pero hoy no es un día como los demás, hoy la mujer les ha mirado de forma extraña mientras les observaba comer. Ellos, los gatos, lo han notado puesto que todas las cabezas y colas han levantado expectantes. En sus ojos se podía adivinar una escondida emoción. Ven a la mujer llevarse las manos al pecho tras un leve gesto de despedida. Mañana se dirá en el cementerio que nunca se habían visto tantos gatos reunidos alrededor de una tumba. Mañana se dirá que en la ciudad nunca se habían escuchado tantos lamentos nocturnos.
Al medio de la ciudad ha llegado una joven con un embarazo avanzado. Se encuentra frente a una pequeña casita. En sus manos se encuentra una carta escrita con manos temblorosas de una anciana. Alza la mano para llamar a la puerta pero ésta se encuentra entreabierta. Da un paso adelante y un gato se le acerca. Ella se agacha y le acaricia. Después de él viene el resto.
En medio de la ciudad hay una casita. Pequeña, de tres pisos. Encerrada entre dos grandes y altos edificios de oficinas y frente a una gran avenida. Conserva el aroma de tiempos ya pasados, eras que ya no volverían, de recuerdos y sucesos que perdidos en la memoria se encuentran y, también ahora, de un futuro que ahora se acerca.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Después de tanto tiempo por Andrea Medrano

Duodécimo relato recibido

Título: Después de tanto tiempo
Autor: Andrea Medrano


DESPUÉS DE TANTO TIEMPO


Después de tanto tiempo, no esperaba volver a tener noticias tuyas. Es más, me sorprende que aún tengas mi número de teléfono en tu móvil, después de tanto tiempo.


Después de tanto tiempo, no imaginaba que me volviesen a temblar las rodillas ante la perspectiva de volver a encontrarme contigo; y es que terminamos tan mal que siempre pensé que nunca iba a saber nada más de ti, al menos, esa era mi intención.


Pero hoy, después de tanto tiempo, casi me atraganto con el sándwich del almuerzo cuando, al oír sonar el móvil, que siempre dejo en el primer cajón de la mesa del despacho, he visto tu número, sí ése que borré en seguida pero que aún sé de memoria después de tanto tiempo.


Tras colgar, me quedo un rato mirando al vacío mientras pienso “¿a qué viene esta llamada?, “¿por qué a mí precisamente?”, “despierta, Andrea, seguramente tu nombre sea el primero que aparezca en la agenda”. Claro, que si aún no me has borrado, igual todavía sigo apareciendo como “amor mío”, después de tanto tiempo.

El caso es que decido ir a verte -después de tanto tiempo, aún soy incapaz de negarte nada- por lo que cojo el abrigo y el bolso, cierro el despacho y dejo recado a la telefonista de que me ausentaré durante el resto de la mañana.


Entro en el coche y, mientras arranco, pienso en cómo llegar al lugar en el que me estás esperando. Está en la otra punta de la ciudad y el tráfico, a estas horas, está imposible. En fin, ya llegaré; no creo que te importe que, por una vez, después de tanto tiempo, seas tú quien me tenga que esperar. Siempre he sido yo quien, por tu eterna manía de quedar siempre lejos de mi casa o de mi trabajo, tenía que salir una hora antes para, al final, tener que pasar un buen rato esperándote. Supongo que mi afición a la lectura viene de entonces.


Entre semáforos en rojo, frenazos, acelerones, pitidos de conductores histéricos y gritos de peatones estresados, voy recorriendo la distancia que nos separa. Después de tanto tiempo, no había vuelto a pensar más de un segundo en ti y, es en este preciso instante, cuando me vienen a la cabeza esos pequeños detalles que la mente guarda sin saber por qué, como esos tesoros que, de niña, se guardan en una caja de galletas: tu forma de liar los cigarrillos, tu cara de asco en la primera vez que te llevé a comer sushi, la manta de cuadros donde duerme tu perro, la entrada del concierto de Héroes del Silencio que sigue clavada en el mismo corcho donde tienes la lista de la compra, los teléfonos de la pizzería y del veterinario, la postal que te mandé cuando estuve de congreso en Amsterdam y la foto que nos hicimos en Montmartre; el disco de The Cure que me regalaste y que no he vuelto a escuchar desde que rompimos, el cenicero que mangamos en aquel bar después de aquel Barça-Madrid en el que le tiraron una cabeza de cerdo a Figo, el atracón de ensaimadas que nos dimos en Ferreries…


Recuerdo a recuerdo, he llegado al lugar de nuestra cita. Aparco como puedo y pregunto por ti. Como es costumbre ahora al entrar en un centro oficial, enseño el carné y paso el bolso por el escáner. Un amable señor me presenta a un compañero suyo y se ofrecen a acompañarme a donde tú estás.


De repente, te veo allí –no por haberlo esperado me impresiona menos- y no sé que decirte. La verdad es que, después de tanto tiempo, tienes mejor aspecto de lo que yo pensaba, pero no me atrevo a acercarme más, ni mucho menos a tocarte.


No esperaba que, después de tanto tiempo, pudiese llegar a emocionarme hasta las lágrimas tal y como me está pasando. Pero aguanto el tipo, ahora sé que éste va a ser de verdad nuestro último encuentro y no voy a volver a llorar delante de ti.


Inspiro hondo y, al exhalar, escucho la voz del amable señor que me ha acompañado hasta aquí:


—Y bien, señora Medrano: ¿reconoce este cadáver como el de Elena Marco Cardiel?


—Sí –respondo- es ella.

martes, 19 de febrero de 2008

La estupidez insiste siempre por Justicia muda

Undécimo relato recibido
Título: La estupidez insiste siempre
Autor: Justicia muda


La estupidez insiste siempre
(Albert Camus)


Escupió a su lado pero el chico no levantó la vista del suelo. Mordió el bocadillo con fuerza. El otro se le acercó, se oyó el murmullo de los compañeros.

- Eh, tú, negro. Te estoy hablando a ti.

Jim temblaba por dentro. Estaba harto, harto de su miedo, harto de no poder reaccionar, harto de las palabras que le escupían. De repente, sintió la rabia mezclada con la pérdida del equilibrio. Cayó al suelo, golpeándose la cabeza.

Los murmullos se convirtieron en carcajadas, el pequeño matón se había convertido en un héroe, a los ojos del perdedor. Tras otra frase despectiva, se marchó, con aire triunfal. Jim se quedó paralizado unos segundos y, acto seguido, se enderezó. La gente del alrededor del patio, que había presenciado la disputa, ahora miraba para otro lado. Sucio y humillado, comprobó como la camiseta se le había llenado de pringosa mantequilla. Pero no tenía importancia, su orgullo herido palpitaba más fuerte.

Al llegar a casa no dijo nada, su madre se limitó a suspirar sin más, pidiéndole que fregase los platos mientras ella ponía la lavadora. Mientras frotaba, bajo el chorro de agua, pensó en Carlos. Pensó en lo mucho que lo odiaba. Respiró su odio. Carlos no dejaba de acosarlo; en los pasillos aprovechaba cualquier encuentro para empujarlo, cualquier descuido para insultarlo, si le veía no dudaba en ridiculizarle. Fuera, en el barrio, era mejor no encontrarle con su grupo.

Cada vez odiaba más el colegio, el barrio, su vida. Cada vez más.

El día siguiente no fue mejor al anterior, ni el que le siguió, ni el otro. Jim era un buen estudiante, no le costaba demasiado estudiar y tampoco le disgustaba. Pero cada vez lo detestaba más, las mañanas eran interminables, las seis horas eternas. Su curiosidad se disipaba dejando paso al miedo, a la tensión de encontrar a Carlos y estar solo, y agachar como siempre la cabza, y callar, y aguantar.

No quería tener más problemas, no quería. Había llegado hace poco, no era su ciudad, sin embargo, tampoco echaba de menos Guinea.

El punto de inflexión llegó unas semanas más tarde. No lo provocó nada excepcional, sino la simple repetición. Lo mismo: un pasillo repleto de gente dispuesta a ver un buen espectáculo, Carlos de frente, él apretando su libro de biología, un empujón y un insulto de regalo. Cogió aire y siguió andando. Entonces sintió como algo le golpeaba en la cabeza, después, un dolor seco. Se detuvo, oyendo las risas y silbidos. Llevándose la mano a la cabeza, notó un escozor y, abandonado su nuca desnuda, comprobó que sus yemas se habían coloreado de escarlata. Carlos le miraba de brazos cruzados, con gesto de superioridad. Estaba a punto de decirle algo cuando Jim, sin pensar, sintió un pitido en los oídos y se lanzó contra él. Con rabia, golpeó a todas partes, como un animal ciego y herido que pelea por sobrevivir. La vista se le nubló. Sólo era consciente de que la rabia se destilaba a través de sus brazos y sus piernas, que sus ojos lagrimeaban y que su corazón estallaba en su interior.

Sintió unos brazos agarrándolo pero tardó en recuperar el sentido. Unos profesores los había separado y los llevaban a jefatura de estudios. Le temblaba todo el cuerpo y sollozaba en silencio. Le dolían los puños, tenía una herida en la cara, un arañazo. Carlos, a su vez, rompiendo su imagen, sollozaba, rojas las mejillas, con la camiseta rota.

Se sentaron en el frío despacho y el jefe de estudios comenzó a hablarles. Jim no escuchó qué les dijo, aún sentía el torrente de emociones que había vivido, comenzaba a sentir más miedo mezclado con un extraño alivio.

No supo cuánto tiempo pasó allí, pero, pasado éste, llegó su madre y otra mujer, la madre de Carlos. La señora era grande y gorda, imponente, con grandes ojos, pronunciadas ojeras, el pelo recogido en un improvisado moño, un vestido enorme y horrible. No titubeó, al llegar le dio una bofetada a su hijo, que se mordió los ojos, sin poder contener las lágrimas de dolor y rabia. El jefe de estudios pidió a ambas que se sentasen y les habló sobre lo ocurrido.

- Tomaremos medidas. Ambos serán expulsados cinco días.

Jim se sintió avergonzado, siendo incapaz de mirar a su madre a la cara. Se sentía culpable por haberla hecho venir del trabajo, ahora debería empezar a limpiar en vez de a las cinco a la cuatro. Se odiaba a sí mismo.

- ¿Por qué no me lo habías contado antes? – le dijo ella, con dulzura y un deje extraño en la voz.

- ¿Contarte qué?

- Que te estaban acosando en el colegio.

El chico se encogió de hombros, colocándose la mochila al hombro, sintió un pinchazo. Carlos iba unos metros detrás, con su madre.

- Dámela, anda. – su madre le arrebató la mochila. – No le contaremos nada a papá, ¿de acuerdo? No queremos que se ponga más triste, ¿no?

Jim negó con la cabeza.

Mientras esperaban a que el semáforo les permitiera el paso, Carlos y la gran señora pasaron tras de ellos, en dirección a su casa. Entonces, se escuchó decir a al imponente mujer, mientras zarandeaba a su hijo:

- ¿Y tú, imbécil, para qué te peleas con un negro de mierda?

Sin duda, las cosas no ocurren porque sí. De tal palo, tal astilla.

lunes, 18 de febrero de 2008

Narciso airado por Ofelia

Décimo relato recibido

Título: Narciso airado
Autor: Ofelia

Narciso Airado

Dias de aceras,

de absenta

de golpes y carreras.

Dias ya añoranza,

añoranza de mi en tu espejo,

narciso airado,

dias que se fueron

a lomos de un toro

perdido, furioso

todo sudor y barro

alli,

en su encierro de calles,

tan solo.



Sur por Equinoccio

Noveno relato recibido

Título: Sur
Autor: Equinoccio

Sur

Echó un último vistazo al cuarto, a la ropa doblada sobre la cama, a la alfombra persa que su suegra les compró en una de sus innumerables incursiones en el mundo de las subastas.

Último vistazo a lo que fue el refugio de sus demasiados cortos sueños tranquilos, demasiadas largas pesadillas.



Su delgada silueta de dietas interminables se dibujó por última vez en la luna del armario con vestidos, trajes, blusas, abrigos y zapatos de centenares de cócteles y cenas cada vez más inaguantables y cerró la puerta.


Bajó la escalera sigilosamente.

Cruzó la casa, el jardín y saludó al vigilante quién amablemente le abrió el portón.


Aún quedaban horas de luz, sol y suave brisa para acompañar su gran sueño de caminar libre.


Eligió dirección sur.

Sur por ser una palabra llena de vida.

Sur como las casitas de colores, como las golondrinas, las palmeras y la gente alegre.

Sur como esa chiquilla que correteaba por la plaza y perseguía a las palomas en su vestidito lleno de girasoles.

Sur que nunca pudo poner a su hija porque ni vírgenes ni santas se llamaban así.


Caminó horas llenándose de las sutiles ramificaciones de sur.


Y llegó al puente.

Debió de ser cerca de las doce. Ya nadie transitaba por allí.


Cinco años transcurrieron y aún retumbaba en sus oídos la espeluznante mezcla de sonidos infernales… chapa, cristales, bocinas y gritos que nunca pensó que pudiesen salir de garganta humana.

Murió en la madrugada del último día de invierno.

¡Cuantas veces leyó la fecha en la lápida de mármol blanco y comprobó que, aquel año, la primavera llegó el día siguiente!

Sur, le hubiese salvado la palabra Sur.


Mañana el sol volverá a entrar en su ciclo primaveral y no puede perder la cita. No, este año no.

Se quitó el abrigo y se descalzó.


Escaló la barandilla y se sentó un ratito en su cima.

“Si, Sur, le hubiese salvado la palabra Sur”

Y saltó.

Marioneta por Marioneta

Octavo relato recibido
Autor: Marioneta

Marioneta

Abrió la puerta de casa mientras sostenía las bolsas con la mano izquierda. Dejó las llaves en el cenicero y la compra en el mostrador de la cocina, al lado del pequeño televisor. Después de encenderlo, se quitó el abrigo y lo colgó en la percha del recibidor. No soportaba el silencio de la casa vacía y el ruido de fondo de la televisión le hacía compañía mientras hacía y deshacía en la casa o, como en esta ocasión, preparaba una cena ligera.


Mientras se hacía la comida en el microondas, ella preparaba la mesa con meticulosidad, como solía hacerlo. Y ya que estaba en el salón, encendió la tele sintonizando el mismo canal. Así no se perdería nada mientras iba a por el vaso y los cubiertos.


Llevó el plato y la fruta y se sentó tranquilamente a disfrutar la cena. No era especialmente interesante; era un programa de entrevistas a personajes de segunda y al finalizar pondrían una película. Su mente comenzó a divagar, ordenando sus ideas, organizando su agenda para el día siguiente y recordando frases de la conversación con su jefa. Al final no le había quedado claro si tenía que mantenerse firme en la propuesta o “...porque tú lo vales”, disculparse por el “error”. Tendría que concretarlo más adelante “...del director de Mr y Mrs Smith..” porque no podía dejar al azar “sólo en cines” una de las cuentas más influyentes “haz como yo, cambia al nuevo...” además estaría en disposición de... “esto es sum-sum”, podría... “eso es tos seca”... “ahora por 0€”, ummmm... “nunca sabes cuándo puedes necesitar...” “patrocinado por...”


Fue como si despertara. Se dio cuenta de que había perdido el hilo de sus pensamientos, absorbida por la sucesión de imágenes, y el parloteo incesante. ¿Cuánto había durado? Los anuncios... unos diez minutos, pero ya antes, en la entrevista que no recordaba exactamente, se había dejado llevar, perdida en el laberinto de colores y sonidos.


Nunca antes había sido consciente del poder embaucador del televisor. Imaginó su salón desde arriba, como lo vería un ser que mira una casa por primera vez. Ese ser vería una persona sola en una amplia habitación, mirando fijamente –hipnotizada- una caja de luz y ruido, en cambio constante.


Imaginó también en cuántos salones más se estaba repitiendo la misma escena. Sin saber muy bien por qué sintió vergüenza. Apagó la tele y llevo los platos a la cocina. Después fue a la estantería a elegir, entre los títulos que la estaban esperando, aquel que pusiera en marcha su imaginación, su capacidad de crítica, de disfrute, del que pudiera aprender y conservar su voluntad y su mente activa. Tomó el libro en sus manos y empezó a leer.

domingo, 17 de febrero de 2008

Mañana de domingo por Principiante

Séptimo relato recibido
Autor: Principiante

Mañana de domingo


Mhh... ¿Qué pasa? ¿Por qué suena el despertador?, ¡hoy es domingo! Espera que piense. Claro, hoy el partido es a las doce.


Menos mal que no me cuesta demasiado madrugar, a pesar de que ayer me acosté a las cinco. Me ducho en un momento. Me pongo mis vaqueros negros y mi jersey rojo. Me peino -siempre me hacen gracias mis pelos al levantarme- y voy hasta la cocina.


Mi padre ya está levantado, leyendo el periódico.


-Buenos días, papá.


-Buenos días, cariño. Venga, a desayunar. Que hoy tenemos que ganar al Madrid.



-Que sí, papá, que sobra tiempo.

Voy con mi padre al fútbol desde los doce años. No he faltado a ningún partido en casa, que yo recuerde, más que cuando estaba de viaje de estudios, un día que tenía mucha fiebre, y cuando murió mi abuelo.


Después de un café con poca leche y cinco galletas, me lavo los dientes y termino de prepararme. Me pongo los zapatos, cojo mi bufanda blanquiazul, que me va a hacer falta (aún no ha llegado la primavera), y la chaqueta. Sólo espero que hoy no llueva.


-Papá, voy a por el coche, te espero en el portal.



Mientras vamos camino del estadio, en mi Peugeot blanco, me dice mi padre, con toda la inocencia:

-Hay que ver, Lucía, con lo femenina que eres, y siempre has sido más futbolera que yo.


Yo le miro, sonrío, y no digo nada.


viernes, 15 de febrero de 2008

Pensamientos de una escritora del siglo XXI por Pensamientos

Sexto relato recibido
Autor: Pensamientos

Pensamientos de una escritora en el siglo XXI


Nos pide Caracol un relato para el concurso del eMcuentro... y pide mucho, teniendo en cuenta mi capacidad literaria. Uno o dos folios, con letra no demasiado pequeña ni demasiado grande, esas son las instrucciones.


Veamos, ¿sobre qué podría escribir?

Sobre Bookcrossing... o no.

Algo de literatura fantástica...

Algo de ciencia ficción...

O por el contrario algo serio, sobre la vida, sus penas y sus alegrías...

Claro que también podría ser comedia, o misterio o aventuras...

Si ya es difícil escoger el tema, imagínate escribirlo.

¡Es que a Caracol se le ocurre cada cosa!


Puesto que es para un concurso de Bookcrossing, el tema debería tener que ver con libros, o con la lectura...


Imaginemos que alguien está leyendo esto mientras lo escribo, ¿qué estará pensando? Que soy un poco paranoica, probablemente, mira que pensar que alguien va a leer mi relato al mismo tiempo que lo escribo... Eso querría decir que ha entrado en mi ordenador y me espía, y teniendo en cuenta que no tengo Internet, es bastante complicado. Pero claro, si no lo está leyendo, tampoco sabrá que estoy escribiendo estas tonterías, y por tanto no pensará nada.


¡¡¡Hala, arregla la paradoja, lector desconocido!!!


Claro que también podría pensar, “¡Coño!, esta tía es lista. ¿Cómo me habrá descubierto?” Y entonces sería él el que empezaría a alimentar paranoias. “¿Habré dejado pistas? ¿Rastros? ¿Huellas y epiteliales virtuales? ¿Habrá algún equivalente informático de Grissom? Seguro que lo hay. Y me va a descubrir. Si ya se ha dado cuenta de que estoy en el ordenador es sólo cuestión de tiempo que sepa quién soy. Tengo que borrar mi rastro.”


Y entonces empezarían a desaparecer archivos de mi ordenador. Archivos que ni siquiera sé que existen, y otros que sí conozco pero por los que él ha pasado y borrará para ocultar sus pasos. Si dentro de un rato empiezan a ocurrir cosas raras sabré que alguien se paseaba por aquí como por su casa.


Pensando, pensando, a veces he tenido la sensación de que algunos archivos aparecían sin que yo supiera cómo. Siempre he creído que era cosa de Windows; ya sabemos que le encanta crear archivos y más archivos de los que no tienes ni idea para qué sirven, pero tampoco te atreves a borrar por si acaso.


Pero... ¿y si no es Windows? ¿Y si alguien utiliza mi ordenador como almacén de los archivos para los que ya no tiene sitio? O peor aún, los que NO SE ATREVE a guardar en su propio disco duro. ¡Si es que aún me va a crear problemas! Tendré que revisarlo todo. Hay demasiados archivos ocultos.


Me voy a hacerle un chequeo a mi ordenador.


Hasta luego...

miércoles, 13 de febrero de 2008

El miedo por Fafnir

Quinto relato recibido
Autor: Fafnir

EL MIEDO

Cae la noche. Ella camina apresurada por la avenida solitaria. Sus pasos resuenan, inseguros, en el silencio. Vuelve atrás la cabeza varias veces. Nadie. Relucen las baldosas por la lluvia reciente. Sin saber cómo, se encuentra en un callejón. Edificios viejos a su alrededor, paredes con manchas de humedad, gorgoteo de cañerías. Se vuelve, fastidiada, para desandar el camino. Entonces, ve al hombre: una silueta recortada contra la claridad lejana de una farola, cerrándole el paso. Retrocede, negándose a aceptar el miedo, mientras él se aproxima, despacio. Ella ha llegado al fondo del callejón, un muro le impide seguir. Siente, confusamente, en la espalda, la humedad y el frío que traspasan su blusa. Una gota de agua cae en alguna parte, quizás dentro de su cabeza. Se queda mirando, sin reaccionar, el avance de él, sus pasos sobre las baldosas mojadas. Está ya tan cerca que puede sentir su aliento en la mejilla. Una mano en su muslo, subiéndole, sin ninguna prisa, la falda. Ella le mira sin verle. Siente el áspero contacto de la mano del hombre contra su piel desnuda, la presión de la otra mano, una garra que sujeta su hombro derecho. Sin demasiada fuerza, no es necesario: ella no va a moverse, no se mueve. Sólo se estremece cuando los dedos llegan a su vientre, lo acarician, mientras buscan, con tranquilidad de explorador, un camino bajo las bragas. La garra ahora le atenaza la garganta, pero ella sigue sin moverse. El avance se detiene, en un momento de indecisa extrañeza. Después, un jadeo, una risa ahogada, él se echa un poco hacia atrás, afloja levemente la presión. Ella comprende que está alargando el momento, disfrutando. Le mira de nuevo, la débil luz le permite ahora distinguir el brillo de un ojo de cristal. Entonces, se sacude, clava sus uñas en la garra sorprendida, libera su voz y su horror en un alarido. Las piernas dejan de sostenerla, resbala hasta el suelo, sin fuerza.

...Quizás ahora la realidad se quiebre en pedazos, para que ella salga de la charca de miedo en que se estaba ahogando, para que se despierte en su cama y recuerde, con una náusea, el ojo de cristal de su tío del pueblo, que la llevaba de paseo por el bosque cuando era niña. O quizás no, y todo siga siendo la noche, el callejón hediondo, la lluvia fina que empieza a caer, empapándole el pelo y los muslos desnudos, mezclándose con las lágrimas. Quizás las manos sigan ahí, obligándola, haciéndola suya, preparando el camino a lo que está por llegar...

Pero no las siente, ya no. Sólo un roce cuidadoso en el hombro. Grita de nuevo, se tapa la cara con los brazos. Desde muy lejos, una voz suave dice palabras tranquilizadoras. Se atreve a mirar. Agachado junto a ella, un muchacho muy joven, con un perro. Consigue calmarse un poco, explicar entre sollozos lo que le ha pasado, el hombre, aquí, en el callejón. El muchacho mira en torno. Hay desconcierto en su voz cuando pregunta. Sin comprender, ella sigue su mirada, hacia la amplia avenida que se extiende sin interrupciones, hacia las farolas que iluminan a trechos la llovizna.

martes, 12 de febrero de 2008

Paisatges llunyans por Corintios

Cuatro relato recibido
Autor: Corintios

Por problemas con el formato, el relato se encuentra colgado en pdf en este enlace:

http://ayhesa.iespana.es/Paisatges%20llunyans.pdf

19 de febrero de 2008. Colgamos una nueva versión del relato.

Caperucita por Pseudónimo

Tercer relato recibido
Autor: Pseudónimo

CAPERUCITA

Hola, Caperucita,

Hacía días que no te veía. Ya sabes que te tengo especial cariño, tu conversación me es agradable, y tu presencia alegra el paisaje, con tus trenzas, la cara risueña, el olor suave que desprendes, y esa capucha roja como una rosa.

Me acuerdo que al principio me evitabas, cuando me veías a lo lejos te escabullías como una trucha por los vericuetos del bosque. No me hubiera sido difícil salirte al paso, pero si hay algo que me sobra es tiempo. Puedo esperar que las muchachas lindas e intrépidas, aventureras tal vez, vean que a pesar de nuestras diferentes naturalezas en el fondo somos seres vivos con destinos parecidos. Recuerdo una partorcilla a la que le costó mucho más que a ti entablar conversación, y antes que ella a una jovencita que quería ser leñador, aunque a penas conseguía alzar el hacha.

La primera vez que no desviaste tu camino, me pasaste por el lado con cara de perro, a pesar de que me había puesto una bonita flor sobre la oreja, no me acuerdo ahora cual, una que encontré de improviso, así amarilla, con forma de estrella. No, no era una margarita, que las margaritas no se dan dentro de los bosques. Aquel día me limité a mirarte, pero no te dije nada. Estaba hablando con un escarabajo y no me pareció educado cortar la conversación, aunque no por ello dejé de admirar tus bonitas piernas mientras te alejabas, y mientras masticaba al escarabajo, algo duro. No me acaban de gustar los escarabajos, demasiada coraza para tan poca carne.

Una semana más tarde, tras un immenso aguacero, salió un sol espléndido, y del bosque entero se sublimaba el vapor junto a una intensa olor a hierba. Fue aquel día cuando te pregunté a donde ibas, ¿te acuerdas?, y me contestaste, con una confianza pizpireta que me sorprendió. Luego, tras aturdirme con tu sonrisa, te fuiste saltironeando por el camino, victoriosa, hacia casa de la abuelita me dijiste.

Cómo pasa el tiempo, luego nos hemos ido encontrando, y te has ido tomando más y más confianza, casi rozando el límite de las buenas maneras, me atrevería a decir. Creo que a eso se le podría llamar amistad.

Amistad, extraña palabra. Si, pienso en ello cuando oigo que aún resuellas ligeramente mientras hundo el hocico en tus entrañas para apresarte el hígado, delicioso hígado rezumante de sangre. Tienes la mirada fija en mi, una mirada cristalina y vacía, pero ya no intentas apartarme, no te quedan fuerzas en los brazos, de hecho no se como aún estás viva. Te miro y parece como si quisieras decirme algo, abres la boca no se si en un estertor o intentando hablar.

Que delícia, tu carne tierna, fresca, el aroma de la sangre que se mezcla con el de las flores me causa un placer indescriptible esta mañana soleada.

lunes, 11 de febrero de 2008

Los caminos del bosque por Banshee

Segundo relato recibido.
Autor: Banshee


LOS CAMINOS DEL BOSQUE


Hola, lobote, ¿estás ahí?

No creo que tardes en aparecer, es casi la hora. Qué gracia, quién me iba a decir que este sitio iba a dar para tanto. Ya ves, una se mete en el bosque mágico sin mayores expectativas, por curiosidad, como en tantas otras cosas, y mira por dónde… Quién me lo hubiera dicho, al principio casi me decepciona tanto animalito cándido, tanta inocencia casi de Walt Disney, un aburrimiento. Y entonces, tú. Me divirtió encontrarte, apenas oculto, proclamándote lobo entre corderillos, aunque con una suavidad y una clase que te hubiera hecho pasar desapercibido a ojos menos acostumbrados a estos juegos. Tú también te fijaste en mí, era inevitable. ¿Dónde vas, Caperucita? A casa de mi abuelita, naturalmente, a llevarle un tarrito de miel, desde luego, hay que seguir el juego ciñéndose a las reglas, ya habrá tiempo para ignorarlas más adelante, o no, todo depende. Sólo que no tengo muy claro el camino, acabo de llegar, no conozco muy bien esto. Un auténtico placer que me dijeras que tú, en cambio, lo conocías a la perfección, que, si quería, podías guiarme, también tú querías ver a la abuelita, una buena amiga. Pero… ¿Sí? Pero es mejor no darse prisa, ¿sabes?, aquí el tiempo transcurre de otra manera, no hay por qué correr, y, en todo caso, la abuelita no va a marcharse, es más bien sedentaria, añadiste, socarrón. Mira, hay muchas maneras de llegar, es más interesante explorarlas todas. Puedes empezar con algo fácil: detrás de aquel árbol empieza el camino, ya sabes, ve por allí, que yo seguiré por aquel otro lado. Hice como correspondía: abrir los ojos –es un decir con una inocencia suprema, preguntar cómo iba a hacer para no perderme si tú no estabas a mi lado. Sin duda, una sonrisa amplia cuando me contestaste que los caminos siempre se cruzan, no tengas apuro, niña, nos iremos encontrando, y ya te diré.

Desapareciste entonces, y, la verdad, aquel mundo se volvió de pronto insípido, con la previsible cháchara de las ardillas y la conversación de los ratones de campo, que se fingían muy osados, pobres ridículos, cómo se nota que no había halcones cerca. Pero mira qué sorpresa, aunque en realidad no lo esperaba del todo, te volví a encontrar al día siguiente, un poco más allá, a la misma hora. Y, tengo que confesar, ahora que no vas a enterarte, que sí, que en el camino que me habías… no, marcado no, tu estilo es mucho más elegante insinuado apenas, había encontrado cosas interesantes, una vez me acostumbré a mirar con atención, a descifrar las claves que rigen en este mundo virtual. No tuve ningún reparo en decírtelo, pero sin exagerar el entusiasmo, desde luego, hay que medir muy bien los pasos cuando se trata con lobos que se las dan de expertos. Después, fue mostrar el engaño, un poco, muy poquito, despacio, como tú querías, sin prisa: lo justo para retener tu interés casi sin que te dieras cuenta, sólo para que quisieras ver más, para que, poco a poco, te convencieras de que merecía la pena jugar conmigo, para que, en tus cuidadosos giros, en tu manera de querer conducirme sin que me diese cuenta, acabara asomando el deseo. Sí, la cosa ha dado para mucho, ya ves que sí, que aquí estoy, ante la pantalla, contándote mis experiencias día a día, siempre dispuesta a preguntarte por dónde hay que ir ahora, si aquella curva o el ramal que se extiende en línea recta, o si queda mucho, pero, en todo caso, sin que se note que no queda ni rastro de inocencia en mis preguntas. Qué tontería. No puedo evitar reírme, ahora que no te enteras, cuando pienso en tu cara de sorpresa si supieras que cada vez soy más dueña de este mundo loco, que hace mucho tiempo que conozco el camino y sus vueltas, que si no he llegado todavía a casa de la abuelita es porque no me interesa lo más mínimo esa vieja. En realidad, ni siquiera es mi abuelita, y detesto la miel, salvo para quizás alguna actividad creativa. Sí, tal vez pienses que eres tú el que me lleva, que tú me marcas el camino, niña inocente dispuesta a fiarse de los tipos malos. Tal vez no te has dado cuenta de que, poco a poco, como quien no quiere la cosa, el camino discurre por donde a mí me apetece, que soy yo quien te lleva, y que sé que hoy, por fin, llegaremos.

¿Estás ahí, lobote? Va a dar la hora, tu hora. Mis dedos se ciñen a la curva del ratón, el índice se dispone al leve toque en la tecla izquierda, la puerta al bosque mágico: “Entrar”

CAPERUCITA: ¿Hola?

WOLF: Hola…




domingo, 10 de febrero de 2008

Intento de adaptación por Temporada de cambios

Primer relato recibido.
Autor: Temporada de cambios

INTENTO DE ADAPTACIÓN


Cierra el libro. Le ha costado leérselo, aunque lo ha disfrutado, y mucho. Saramago, su “Ensayo sobre la ceguera”, recomendadísimo por sus amigos, a él le ha resultado de un pesimismo asfixiante, y le parecía que no avanzaba en la lectura, él, que se “bebe” todo lo que cae en sus manos, casi vencido por un libro de bolsillo.


Es extraño lo que le pasa, ahora que ha terminado, la idea de “volverse ciego de repente” no se le va de la cabeza. ¿Sería capaz de adaptarse? ¿tendría que dejar sus clases en el instituto? No se imagina haciendo otra cosa con su vida que no sea enseñar matemáticas, le llamaban “cerebrito” ya cuando era él el que empezaba a estudiar... ¡Pues claro que es capaz de cualquier cosa!, ¿no ha superado la muerte de su mujer? ¿y el traslado de instituto como una especie de castigo por discutir con los padres en una reunión de la APA?. La vida le ha maltratado (por supuesto, injustamente) una y mil veces.


Para probarse a sí mismo tiene una genial idea: empezará en sitios que conoce, ¿qué mejor que su casa?. Está deseando llegar, a ver si termina su hora de tutoría en la que nunca va nadie a preguntarle nada... ¡gajes del oficio lo llaman! Terminado el libro organiza los apuntes de la semana siguiente, por aquello de entretenerse.


Según llega a casa empieza la gran demostración: busca un pañuelo negro, se tapa los ojos, y ya con los ojos bien tapaditos se dispone a cambiarse de ropa: como es un hombre muy ordenado sabe dónde encontrar el pijama, exacto, bajo la almohada, como todos los días. Desabrocharse la camisa no tiene ninguna dificultad, es, nunca mejor dicho, cuestión de tacto, ir buscando botón a botón. Ahora el pantalón, también sin ninguna dificultad... hasta que se le enreda en el pie porque se le ha olvidado quitarse primero el zapato. Casi cae, pero queda sentado en la cama. Consigue terminar de quitarse zapatos, calcetines y pantalón, y se pone el pijama ya sin más incidencias.


Siguiente reto: prepararse algo de cena (comete la torpeza de encender la tele para ver su serie favorita, se da cuenta a tiempo de que escucharla sin verla no es algo que los ciegos de verdad suelan hacer, por lo que enciende la radio, que siempre consumirá menos).


No es fácil si se quiere comer caliente: decide simplemente hacer un huevo frito, eso que todos sabemos hacer “con los ojos cerrados”: para encender el quemador tiene un encendedor de los que sólo sueltan chispa, con lo que lo consigue a la primera. El fallo viene al coger el huevo de la nevera, todavía no se explica cómo, pero se le cae uno al suelo, tiene que pararse a limpiarlo como buenamente puede ¡y menos mal que la fregona está allí mismo, en el tendedero! Consigue abrir un huevo y echarlo en el plato, le añade la sal, y al echarlo en la sartén... el aceite requemado empieza a saltar endemoniadamente, salpicándole la mano izquierda y parte de la cara. Consigue, después de echarse agua fría, sacar el huevo de la sartén... incomestible, por supuesto, si pudiera verlo ni lo habría intentado.


Con un humor de mil demonios y sin cenar toca lavarse los dientes para irse a la cama (da igual que no haya comido nada, la higiene es la higiene), y localiza, gracias al olor a humedad (encantador el vecino de arriba, debe de tener alguna cañería picada) el cuarto de baño. Lo que ya no le es tan fácil es distinguir su cepillo del de su mujer (no piensa tirar sus cosas nunca, sería como serle infiel), mañana comprará uno nuevo y guardará todos estos en otro cajón para no confundirse más. Lo siente por la asistenta, su puntería a ciegas todavía es peor que viendo, pero sería humillante sentarse... Con todos los deberes hechos se va a la cama. Eso sí, mañana en cuanto se levante se quita el pañuelo, que ya se ha demostrado a sí mismo de lo que es capaz.