domingo, 10 de febrero de 2008

Intento de adaptación por Temporada de cambios

Primer relato recibido.
Autor: Temporada de cambios

INTENTO DE ADAPTACIÓN


Cierra el libro. Le ha costado leérselo, aunque lo ha disfrutado, y mucho. Saramago, su “Ensayo sobre la ceguera”, recomendadísimo por sus amigos, a él le ha resultado de un pesimismo asfixiante, y le parecía que no avanzaba en la lectura, él, que se “bebe” todo lo que cae en sus manos, casi vencido por un libro de bolsillo.


Es extraño lo que le pasa, ahora que ha terminado, la idea de “volverse ciego de repente” no se le va de la cabeza. ¿Sería capaz de adaptarse? ¿tendría que dejar sus clases en el instituto? No se imagina haciendo otra cosa con su vida que no sea enseñar matemáticas, le llamaban “cerebrito” ya cuando era él el que empezaba a estudiar... ¡Pues claro que es capaz de cualquier cosa!, ¿no ha superado la muerte de su mujer? ¿y el traslado de instituto como una especie de castigo por discutir con los padres en una reunión de la APA?. La vida le ha maltratado (por supuesto, injustamente) una y mil veces.


Para probarse a sí mismo tiene una genial idea: empezará en sitios que conoce, ¿qué mejor que su casa?. Está deseando llegar, a ver si termina su hora de tutoría en la que nunca va nadie a preguntarle nada... ¡gajes del oficio lo llaman! Terminado el libro organiza los apuntes de la semana siguiente, por aquello de entretenerse.


Según llega a casa empieza la gran demostración: busca un pañuelo negro, se tapa los ojos, y ya con los ojos bien tapaditos se dispone a cambiarse de ropa: como es un hombre muy ordenado sabe dónde encontrar el pijama, exacto, bajo la almohada, como todos los días. Desabrocharse la camisa no tiene ninguna dificultad, es, nunca mejor dicho, cuestión de tacto, ir buscando botón a botón. Ahora el pantalón, también sin ninguna dificultad... hasta que se le enreda en el pie porque se le ha olvidado quitarse primero el zapato. Casi cae, pero queda sentado en la cama. Consigue terminar de quitarse zapatos, calcetines y pantalón, y se pone el pijama ya sin más incidencias.


Siguiente reto: prepararse algo de cena (comete la torpeza de encender la tele para ver su serie favorita, se da cuenta a tiempo de que escucharla sin verla no es algo que los ciegos de verdad suelan hacer, por lo que enciende la radio, que siempre consumirá menos).


No es fácil si se quiere comer caliente: decide simplemente hacer un huevo frito, eso que todos sabemos hacer “con los ojos cerrados”: para encender el quemador tiene un encendedor de los que sólo sueltan chispa, con lo que lo consigue a la primera. El fallo viene al coger el huevo de la nevera, todavía no se explica cómo, pero se le cae uno al suelo, tiene que pararse a limpiarlo como buenamente puede ¡y menos mal que la fregona está allí mismo, en el tendedero! Consigue abrir un huevo y echarlo en el plato, le añade la sal, y al echarlo en la sartén... el aceite requemado empieza a saltar endemoniadamente, salpicándole la mano izquierda y parte de la cara. Consigue, después de echarse agua fría, sacar el huevo de la sartén... incomestible, por supuesto, si pudiera verlo ni lo habría intentado.


Con un humor de mil demonios y sin cenar toca lavarse los dientes para irse a la cama (da igual que no haya comido nada, la higiene es la higiene), y localiza, gracias al olor a humedad (encantador el vecino de arriba, debe de tener alguna cañería picada) el cuarto de baño. Lo que ya no le es tan fácil es distinguir su cepillo del de su mujer (no piensa tirar sus cosas nunca, sería como serle infiel), mañana comprará uno nuevo y guardará todos estos en otro cajón para no confundirse más. Lo siente por la asistenta, su puntería a ciegas todavía es peor que viendo, pero sería humillante sentarse... Con todos los deberes hechos se va a la cama. Eso sí, mañana en cuanto se levante se quita el pañuelo, que ya se ha demostrado a sí mismo de lo que es capaz.