lunes, 11 de febrero de 2008

Los caminos del bosque por Banshee

Segundo relato recibido.
Autor: Banshee


LOS CAMINOS DEL BOSQUE


Hola, lobote, ¿estás ahí?

No creo que tardes en aparecer, es casi la hora. Qué gracia, quién me iba a decir que este sitio iba a dar para tanto. Ya ves, una se mete en el bosque mágico sin mayores expectativas, por curiosidad, como en tantas otras cosas, y mira por dónde… Quién me lo hubiera dicho, al principio casi me decepciona tanto animalito cándido, tanta inocencia casi de Walt Disney, un aburrimiento. Y entonces, tú. Me divirtió encontrarte, apenas oculto, proclamándote lobo entre corderillos, aunque con una suavidad y una clase que te hubiera hecho pasar desapercibido a ojos menos acostumbrados a estos juegos. Tú también te fijaste en mí, era inevitable. ¿Dónde vas, Caperucita? A casa de mi abuelita, naturalmente, a llevarle un tarrito de miel, desde luego, hay que seguir el juego ciñéndose a las reglas, ya habrá tiempo para ignorarlas más adelante, o no, todo depende. Sólo que no tengo muy claro el camino, acabo de llegar, no conozco muy bien esto. Un auténtico placer que me dijeras que tú, en cambio, lo conocías a la perfección, que, si quería, podías guiarme, también tú querías ver a la abuelita, una buena amiga. Pero… ¿Sí? Pero es mejor no darse prisa, ¿sabes?, aquí el tiempo transcurre de otra manera, no hay por qué correr, y, en todo caso, la abuelita no va a marcharse, es más bien sedentaria, añadiste, socarrón. Mira, hay muchas maneras de llegar, es más interesante explorarlas todas. Puedes empezar con algo fácil: detrás de aquel árbol empieza el camino, ya sabes, ve por allí, que yo seguiré por aquel otro lado. Hice como correspondía: abrir los ojos –es un decir con una inocencia suprema, preguntar cómo iba a hacer para no perderme si tú no estabas a mi lado. Sin duda, una sonrisa amplia cuando me contestaste que los caminos siempre se cruzan, no tengas apuro, niña, nos iremos encontrando, y ya te diré.

Desapareciste entonces, y, la verdad, aquel mundo se volvió de pronto insípido, con la previsible cháchara de las ardillas y la conversación de los ratones de campo, que se fingían muy osados, pobres ridículos, cómo se nota que no había halcones cerca. Pero mira qué sorpresa, aunque en realidad no lo esperaba del todo, te volví a encontrar al día siguiente, un poco más allá, a la misma hora. Y, tengo que confesar, ahora que no vas a enterarte, que sí, que en el camino que me habías… no, marcado no, tu estilo es mucho más elegante insinuado apenas, había encontrado cosas interesantes, una vez me acostumbré a mirar con atención, a descifrar las claves que rigen en este mundo virtual. No tuve ningún reparo en decírtelo, pero sin exagerar el entusiasmo, desde luego, hay que medir muy bien los pasos cuando se trata con lobos que se las dan de expertos. Después, fue mostrar el engaño, un poco, muy poquito, despacio, como tú querías, sin prisa: lo justo para retener tu interés casi sin que te dieras cuenta, sólo para que quisieras ver más, para que, poco a poco, te convencieras de que merecía la pena jugar conmigo, para que, en tus cuidadosos giros, en tu manera de querer conducirme sin que me diese cuenta, acabara asomando el deseo. Sí, la cosa ha dado para mucho, ya ves que sí, que aquí estoy, ante la pantalla, contándote mis experiencias día a día, siempre dispuesta a preguntarte por dónde hay que ir ahora, si aquella curva o el ramal que se extiende en línea recta, o si queda mucho, pero, en todo caso, sin que se note que no queda ni rastro de inocencia en mis preguntas. Qué tontería. No puedo evitar reírme, ahora que no te enteras, cuando pienso en tu cara de sorpresa si supieras que cada vez soy más dueña de este mundo loco, que hace mucho tiempo que conozco el camino y sus vueltas, que si no he llegado todavía a casa de la abuelita es porque no me interesa lo más mínimo esa vieja. En realidad, ni siquiera es mi abuelita, y detesto la miel, salvo para quizás alguna actividad creativa. Sí, tal vez pienses que eres tú el que me lleva, que tú me marcas el camino, niña inocente dispuesta a fiarse de los tipos malos. Tal vez no te has dado cuenta de que, poco a poco, como quien no quiere la cosa, el camino discurre por donde a mí me apetece, que soy yo quien te lleva, y que sé que hoy, por fin, llegaremos.

¿Estás ahí, lobote? Va a dar la hora, tu hora. Mis dedos se ciñen a la curva del ratón, el índice se dispone al leve toque en la tecla izquierda, la puerta al bosque mágico: “Entrar”

CAPERUCITA: ¿Hola?

WOLF: Hola…