martes, 12 de febrero de 2008

Paisatges llunyans por Corintios

Cuatro relato recibido
Autor: Corintios

Por problemas con el formato, el relato se encuentra colgado en pdf en este enlace:

http://ayhesa.iespana.es/Paisatges%20llunyans.pdf

19 de febrero de 2008. Colgamos una nueva versión del relato.

Caperucita por Pseudónimo

Tercer relato recibido
Autor: Pseudónimo

CAPERUCITA

Hola, Caperucita,

Hacía días que no te veía. Ya sabes que te tengo especial cariño, tu conversación me es agradable, y tu presencia alegra el paisaje, con tus trenzas, la cara risueña, el olor suave que desprendes, y esa capucha roja como una rosa.

Me acuerdo que al principio me evitabas, cuando me veías a lo lejos te escabullías como una trucha por los vericuetos del bosque. No me hubiera sido difícil salirte al paso, pero si hay algo que me sobra es tiempo. Puedo esperar que las muchachas lindas e intrépidas, aventureras tal vez, vean que a pesar de nuestras diferentes naturalezas en el fondo somos seres vivos con destinos parecidos. Recuerdo una partorcilla a la que le costó mucho más que a ti entablar conversación, y antes que ella a una jovencita que quería ser leñador, aunque a penas conseguía alzar el hacha.

La primera vez que no desviaste tu camino, me pasaste por el lado con cara de perro, a pesar de que me había puesto una bonita flor sobre la oreja, no me acuerdo ahora cual, una que encontré de improviso, así amarilla, con forma de estrella. No, no era una margarita, que las margaritas no se dan dentro de los bosques. Aquel día me limité a mirarte, pero no te dije nada. Estaba hablando con un escarabajo y no me pareció educado cortar la conversación, aunque no por ello dejé de admirar tus bonitas piernas mientras te alejabas, y mientras masticaba al escarabajo, algo duro. No me acaban de gustar los escarabajos, demasiada coraza para tan poca carne.

Una semana más tarde, tras un immenso aguacero, salió un sol espléndido, y del bosque entero se sublimaba el vapor junto a una intensa olor a hierba. Fue aquel día cuando te pregunté a donde ibas, ¿te acuerdas?, y me contestaste, con una confianza pizpireta que me sorprendió. Luego, tras aturdirme con tu sonrisa, te fuiste saltironeando por el camino, victoriosa, hacia casa de la abuelita me dijiste.

Cómo pasa el tiempo, luego nos hemos ido encontrando, y te has ido tomando más y más confianza, casi rozando el límite de las buenas maneras, me atrevería a decir. Creo que a eso se le podría llamar amistad.

Amistad, extraña palabra. Si, pienso en ello cuando oigo que aún resuellas ligeramente mientras hundo el hocico en tus entrañas para apresarte el hígado, delicioso hígado rezumante de sangre. Tienes la mirada fija en mi, una mirada cristalina y vacía, pero ya no intentas apartarme, no te quedan fuerzas en los brazos, de hecho no se como aún estás viva. Te miro y parece como si quisieras decirme algo, abres la boca no se si en un estertor o intentando hablar.

Que delícia, tu carne tierna, fresca, el aroma de la sangre que se mezcla con el de las flores me causa un placer indescriptible esta mañana soleada.