jueves, 29 de mayo de 2008

la dutxa tocada del bolet



-A can Jordi tenien una dutxa que era un mànec amb foradets menuts i un tub flexible connectat l'aixeta de la banyera . Un dia que feia fred en Jordi va anar a dutxar-se. Tot anava bé i, de cop i volta, l´aigua calenta es tornà freda i el va deixar glaçat:

-Hauuuuuuuu! Mare, la dutxa no va bé.

Quan encara no s´havia recuperat del tremolor, un raig d´aigua calenta el va posar content:

-Aiiiii! Aquesta dutxa és boja....

Just quan la mare creuava la porta per veure què pasava, una cosa li va pasar pel costat, de tal manera que va caure a terra, es va girar i va veure com la dutxa sortia de la casa i travessava el carrer. La van intentar atrapar, però van fallar en el intent; van tornar a casa decebuts i van pensar que el millor seria trucar al seu tiet , que era un vaquer que tenia el seu rantxo a prop de casa. El tiet va agafar el cavall i una corda i va començar a perseguir la dutxa , la va trobar bevent una cervesa a can Manolo i, aprofitant l´ocasió, va preparar la corda , va fer un llaç de vaquer i la va capturar. Després va trucar a can Jordi amb el telèfon mòbil.

Van posar la dutxa dins d´un sac i la van portar al zoològic de Mataró. Està tancada en una gàbia on hi ha un rètol que diu:

-”Atenció, dutxa salvatge, no us hi apropeu “.

FI
(Una escribidora)

El periódico de Los papeles de BC

Hace poquito descubrí feedjournal, un servicio que elabora un pdf con los contenidos de un feed en formato periódico y te permite descargarlo, imprimirlo o colgarlo en el blog mediante un widget. He hecho una pequeña prueba con Los papeles de BC.
Abajo debería verse una previsualización del mismo, como no me aparece nada en la vista previa no sé cómo habrá quedado. Si sale bien podríamos hacer una publicación mensual con todas las novedades del blog, para descarga libre, o imprimirla y repartirla por las zonas de cruce, etc... ¿Qué os parece?


La caza

(el otro punto de vista del relato que envié al concurso del eMcuentro)


A veces, sucede que llego allí, en sueños. Siempre es el callejón oscuro, las casas carcomidas, la noche, el cielo amenazando lluvia. Y ese instinto de cazador a la búsqueda de una presa, todos los sentidos afilados. Puedo oír la mínima carrera de las cucarachas, una gota de lluvia que cae, monótona. Puedo oler la basura, la humedad. Y el miedo. Nunca he visto a nadie, siempre estoy solo, mis pasos resonando en las baldosas mojadas. Hasta hoy. Hoy, la tengo delante de mi, avanzando inocente hacia el fondo del callejón, como si no supiera adónde va. Un muro le cierra el paso. Se detiene, duda un momento y se vuelve hacia la salida, hacia mí. Siento una excitación nueva corriendo por mi espina dorsal, un placer anticipado, siniestro. Avanzo despacio hacia ella. Al fin, parece haberse dado cuenta de mi presencia. Retrocede, es cuestión de un momento que llegue al fondo, a la pared que le cortará la retirada, que la dejará a mi merced. No hay prisa, no puede escapar. Me mira, sin verme. En cambio, yo distingo perfectamente su cara, a la luz distante de las farolas de la avenida, el miedo en sus ojos muy abiertos. Un par de pasos y estoy a su lado, rozándola casi. Siento mi sexo desperezándose, creciendo, apremiante. El placer es tan intenso que resulta casi insoportable. Pongo una mano en su hombro, no la rechaza, no se mueve. Entonces, muy despacio, avanzo la otra hacia su muslo, le subo la falda, recreándome en la suavidad de su piel, cada vez más arriba, sin encontrar resistencia. Noto los latidos de la sangre en su garganta que ahora aprieto un poco, sólo un poco, para gozar el contacto. Acaricio su vientre terso, insinúo un dedo en el ombligo y sigo hacia abajo, como el niño que va alcanzar un premio largo tiempo postergado. Las bragas no son un obstáculo, sino un acicate, el encaje entre mis dedos, que lo apartan sin esfuerzo, para demorarse en el vello que marca el camino hacia la meta deseada. Apenas un estremecimiento eriza su piel, pero ella sigue inmóvil, demasiado inmóvil. Extrañado, me aparto un poco. Huelo su miedo, que la paraliza, y me produce una salvaje alegría. Puedo hacer con ella todo lo que quiera, lo que sé desde siempre que voy a hacer. Ha empezado a lloviznar, noto el agua fresca en mi pelo, en su su piel desnuda, en la tela tan fina de su blusa, que empieza a empaparse.


Y entonces, sin aviso, noto el dolor en la mano con que le aprieto el cuello, oigo su alarido mientras sacudo la mano para librarme de sus uñas, hija de puta. Se desprende de mí y cae hacia el suelo, con un sollozo ahogado. El alarido todavía resuena cuando empiezo a despertarme sintiendo la humedad en los pantalones del pijama. Con los ojos medio cerrados, miro a mi mujer, que duerme a mi lado. Poco a poco, se borran el callejón, el sonido de la lluvia, el cuerpo de la mujer bajo mis dedos. Me doy media vuelta en la cama mientras en mi mente, una voz lejana me dice que, en realidad, no importa: mañana volveré a encontrarla, y ya no podrá escaparse.

Maite Capón (Caracol Osvaldo)