miércoles, 11 de junio de 2008

Animación suspendida (III y última)

Bueno, por fin terminé con la historia, esta parte es la más cortita. Podéis leer los dos primeros fragmentos aquí y aquí.


Animación suspendida


Evasión y catarsis
>Travestismo imaginario: saliendo del armario en ropa ajena
>Liberación a lomos de un troyano

No esperaba que viniera y ahora se ha marchado. Algo que dije, algún recuerdo desagradable de otros tiempos, una súbita toma de conciencia; tal vez mencionarle a sus padres fue mala idea.
Me preocupa absurdamente ver los segundos discurrir en oleadas, desentumeciéndose. A fin de cuentas nada ha cambiado. Pero todo es diferente.

Semesegirl, aún perpleja pero al fin móvil, me devuelve a la realidad:

-¿Luis?,¡Luis!, mierda, se cortó....- Llama otra vez
...tuu, tuu, tuu
-¿Mira?... me ha colgado. ¡Será capullo!-

Teclea un mensaje a la velocidad del rayo, me planteo pedirle clases de mecanografía. -Mensaje enviado- parece satisfecha, pero al instante la sonrisa se desvanece, cercenada por algún pensamiento incómodo, como aquella vez que, en un arrebato de justicia social, arranqué la estrella de un Mercedes para usarla de llavero. Cada vez que la miro, me recuerda que nunca tendré uno. Seguro que con la misma cara de gilipollas.

Ella mira su reloj, sacude la cabeza y se va.

La marcha de mi involuntaria cómplice me entristece. Sigo con mis apuntes, pero en el fondo no dejo de darle vueltas a nuestro encuentro.
Intento evocar los viejos tiempos, los buenos, la locura... es verdad que las pasamos canutas, que no llegábamos ni a día 10, comiendo arroz y pasta, discutiendo idioteces en plan profundo, suspendiendo todas, cierto que, día sí, día también, me levantaba pensando: oh dios mío, que he hecho..., que no aprendí más inglés que fucking bastard y todos sus derivados... pero fue divertido. Allí nos conocimos, avanzando a un ralentí vertiginoso; estábamos vivos; éramos simples, inconscientes y felices... Sonrío.

Fue en un after hispano, cutre y poco recomendable, la música daba grima y nuestra sangre se diluía por momentos en aquel garrafón asqueroso a precio de oro. Llevábamos un tiempo liados entre infinitas resacas, acercándonos a ese peligroso punto en el que, o se aclaran las cosas, o alguien sale malparado. Yo trataba de mantener mi triste equilibrio etílico y tu cara iniciaba un desfile gestual culminado en una pose grave, intensa, como de actor inspirado a punto de recitar Ricardo III. Estabas tan grotesco y fuera de lugar con esa pinta que no pude contenerme: Reí, reí hasta llorar, reí hasta que todo, tú y yo, copas y sillas, caímos de narices contra el suelo. Todo el club nos miraba.
Entonces, cogiéndome las manos, me ayudaste a levantarme. Yo estaba muerta de vergüenza y tú, muy serio, dijiste:

Eres la única persona que importa; para mí, sólo tú existes.

Ahora lo recuerdo.

También entonces el mundo se detuvo.


Patricia Martín.
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