jueves, 23 de octubre de 2008

(Y ahora, antes de que alguien se queje porque le doy publicidad a voces ajenas, añado la mía. Tiene que ver con lo que cuenta Maruja en su artículo, pero trata directamente de una noticia que alguien colgó hace un tiempo en el foro de BC, sobre alguien un poco más sobón que Sarkozy)



ES COSA DE HOMBRES

No sé cómo no lo entienden, no sé por qué se cabrea todo el mundo de esta manera. A ver, ¿qué he hecho yo? Lo natural, lo que cualquiera en mi caso. Que soy un hombre, coño, un hombre con sangre en las venas, un militar, no uno de esos chupatintas de intendencia que no sirven para nada. Ja, ya los quisiera yo ver cara a cara con un puto serbio de éstos: menuda cagalera.

Pero yo no soy así, joder, que yo además sé distinguir el material, y la franchute ésta… bueno, de volver la vista cuando pasaba, que eso yo no lo hago por cualquier tía. Vaya, si tiene un culo que se hace notar incluso con los pantalones de faena. Y qué decir de las tetas que se gasta.Vaya ejemplares: duras, suaves, tan cálidas, bajo la manta. ¿No se dan cuenta esos capullos de que merecían un buen homenaje? Más aún: es casi un delito tener un monumento así delante y no hacerle un favor, no vas a dejarla a la pobre ahí sola, noche tras noche, sin un hombre, desperdiciando ese pedazo de cuerpo.

Y luego eso de la perilla, qué manía con mi perilla. ¿Por qué dudan de un militar como yo, un hombre de honor que sirve a la patria? Si les digo que es una tradición familiar, es una tradición familiar, que cada uno celebra la Navidad como le sale de los huevos, y el hecho de que la tía se mosqueara no tiene nada que ver. Que yo no me arrugo, ¿eh? Que lo único que hice es demostrar que soy un tío que los tiene muy bien puestos, a ver, que no se puede dejar abandonada a una hembra como ésa.

Vaya, que es todo de lo más normal, no sé qué más quieren saber, si está clarísimo. Pues sí, y a mucha honra, ¿qué pasa? Que me la trabajé, además, y cómo, un trabajo de aliño, que no lo hago yo por cualquiera. Porque merecía la pena, y además la condenada se pasaba la vida enviándome señales. Había que verla, cómo se meneaba cuando jugaba al billar, que me volvía loco, que eso quería decir algo, que nadie se mueve tanto para hacer una carambola. Además, siempre llevaba el primer botón de la camisa desabrochado. No era casualidad, qué va, era para que lucieran bien ese par de melones… para mí que toma el sol en bolas, la tía, porque se veían bien morenos. Que yo soy un hombre, cojones, que no se puede ir provocando de esa manera.

Pero luego, cuando me la encontraba (que ya procuraba yo encontrármela), hacía como que no me veía, la buscona, y tiraba para otro lado. ¿Y las guarras de sus amiguitas, que me miraban y se reían dándose codazos? Será que tenían ganas de marcha también, todas putas, ya digo, y más las francesas. Yo me la quedaba mirando, cómo meneaba el culo según se alejaba deprisa, y me volvía loco.

Así que un día, a la salida del bar, la entré por lo fino, y le dije lo que pensaba de ella. Me miró poniendo cara de asco, pero eso era una seña, sin duda, ya sabemos cómo son estas fulanas, que te dicen que no para calentarte, pero están deseando, todas putas, y las militares más, lo aguerridas que son las jodías, siempre intentando demostrarte que pueden hacer lo mismo que tú, ya me dirás si van a poder ellas conducir un tanque… Bueno, conducirlos, los conducen, pero los aparcan de pena, si es una cosa genética, lo sabe todo el mundo.

Que no sé a qué viene tanta pregunta, tanta declaración. Esto es algo entre ella y yo, no voy a ir pregonándolo por ahí. Bueno, con los colegas sí se comenta, lógico, es cosa de hombres, de machos que los tienen bien puestos, pero otra cosa es que me pida explicaciones esa pandilla de chupatintas, que tienen que buscársela hasta para mear. Fíjate, a lo mejor les venía bien que les contara algo, a ver si así aprendían algo; pero no, que no me sale de los cojones, que se busquen ellos la vida.

Vaya, que les voy a revelar yo mis tácticas de ataque, así, de gratis. A ver, que tuve que tomarme la molestia de investigar dónde dormía, que cualquiera se lo preguntaba, sólo faltaba que se lo fuera a creer, como si me hiciera un favor, vamos. Así que decidí utilizar las enseñanzas de los cursillos, que para algo están, y me pasé un par de noches linterna en mano, buscando de puerta en puerta. Porque tampoco era cosa de equivocarse, no diera con una de esas tortilleras culturistas, que no se distinguen de los tíos ni en el bigote. Bueno, ya sabemos en qué se distinguen: ya quisieran tener lo mismo que nosotros.

Así que el día de Nochebuena, después de cenar, me quedé en el bar, haciendo tiempo con los colegas. Me tomé algunas copas, desde luego, lo normal, había que celebrar la Nochebuena. Empezar a celebrarla, vamos, porque la celebración vendría después. Al final, cuando se fue todo el mundo y me echaron porque iban a cerrar, me aseguré de que no hubiera nadie y me fui para su camareta. Abrí la puerta despacio, y allí estaba, tapada hasta los ojos con la manta, dormida como un leño. La destapé un poco, retiré el pijama y allí debajo estaban sus tetas, premio, tan calentitas y tan suaves, un gustazo, y más firmes cuanto más las tocaba. Como para tirarse así toda la noche, pero, claro, como es lógico en un hombre muy hombre, empezó a haber algo más urgente, así que empecé a retirar la manta mientras me abría la bragueta, dispuesto a darle lo suyo.

Pero entonces, yo no sé qué pasó, el caso es que sentí un respingo bajo mi mano, que estaba tan a gusto, y de pronto me veo a la tía incorporándose, los ojos como platos, gritando como una loca, diciendo algo así como coshon, hay que ver qué mal despertar tienen algunas. Cuando quise darme cuenta, estaba tirándome del pelo, sin dejar de gritar, la muy zorra, así que me solté como pude y salí de estampida. No por eso se tranquilizó, la condenada, que salió detrás de mí, corriendo como un gamo. No me entretuve en mirar atrás, porque ya bastante tenía con ir a todo trapo con los pantalones en los tobillos. Sentí un golpe en la cabeza, luego supe que era una piedra, se puede ser bestia. Además, se le había unido más gente; claro, si habría despertado a todo el mundo con tantos berridos.

Yo fui bien discreto, que ni siquiera se lo comenté a los colegas, mejor olvidarme de esa tía borde, vaya genio, compadezco al que se case con ella. Mi sorpresa fue cuando, al cabo de unos días, me llaman los chupatintas al despacho y me la encuentro allí, con cara de haberse tragado una rana. Bien abrochada que llevaba entonces la camisa, hasta el último botón, la tía cabrona. Entonces me entero de que no se le había ocurrido mejor cosa que denunciarme, a mí. Por acoso, dice, es para carcajearse, qué más quisiera. Lo negué, desde luego, pero ella erre que erre, que había sido yo, y sus amiguitas dijeron lo mismo, que me conocían aunque me hubiera quitado la perilla. Joder, qué manía con la perilla, que ya les dije a todos que me la quito siempre el día de Navidad, como hacía mi padre, que yo soy muy amante de las tradiciones, pero nada, como si estuvieran sordos.

Lo peor de todo, lo que no entiendo, es que los mandos se pusieran de su parte. Me quieren llevar a juicio, dicen, menuda gilipollez, como si hubiera hecho algo malo. ¿Qué está pasando en el Ejército? Bueno, yo sé lo que pasa: todo está del revés desde que dejaron que entraran las tías, no hay orden, no hay control, con ellas por ahí dando vueltas, que no sirven más que para volvernos locos a los auténticos soldados, a ver para qué van a servir: cómo van a ir las hembras a la guerra, qué pueden hacer allí de útil. Esto es cosa de hombres, lo sabe cualquiera que no sea gilipollas.

Y ahora, para colmo, ponen de ministro de Defensa a una mujer. Lo que faltaba.


Maite Capón

El manoseo

Llevo una temporada abriendo el periódico por Economía y coleccionando el salmón, a pesar de que era -como Elvira Lindo, según admitía recientemente en este mismo espacio- de las que se lo saltaban con displicencia. Ya no. Encima, en Economía encuentro crónicas de Soledad Gallego-Díaz desde el Cono Sur, con lo cual mi visión reduccionista en la materia se va ampliando y no poco. Lo de las pensiones en Argentina es un asunto serio, dada la tradición "ahora lo ves-ahora no lo ves", que del Innombrable acá han mantenido los sucesivos Gobiernos.
Pero todo eso carece de importancia. Debo confesarles que el martes por la tarde, e incluso hoy miércoles -reincidiendo- me he lanzado como perra en celo sobre la noticia más trascendental que se ha publicado en los últimos decenios: "¿Merkel no soporta que la manosee Sarkozy?", rezaba el titular digital. ¿Cómo es posible que el hombre que ha seducido a Carla Bruni y ha besuqueado a la pobre Ingrid Betancourt durante sus comprensibles levitaciones, le produzca dentera a esa gobernante regordeta -el texto no lo decía, pero lo pensaba-, que debería mostrarse agradecida cada vez que el primer tenor de la Francia le acerque sus verrugas? Lo que más me gustó fue que, al hacerse eco de la noticia aparecida en un diario suizo -yo uso un dentífrico suizo: son incapaces de hacer aunque sea una pasta de dientes abrasiva-, mencionaran sus suizas explicaciones, del tipo: "Los alemanes no se tocan" (deben de ser todos alemanes probeta) o bien, que la canciller Merkel es de Alemania oriental, en donde aún se tocan menos (salvo la Stasi, eso sí que era cariño verdadero), o, finalmente, que su religión luterana impone distancias supremas.
Angela Merkel tiene razón. A Sarkozy sólo le puede manosear Bruni por amor. O por caridad, en cuyo caso mejor sería que dedicara sus sobos a Rouco Varela, que es misericordioso por religión y naturaleza.
Maruja Torres (El País, 23-10-08)