miércoles, 12 de noviembre de 2008

(Santa Sara antes del sacrificio)


Santa Sara

Esclarecida y valerosa doncella cristiana, que un día decidió enfrentarse a los vikingos que asolaban sus tierras, con la sola fuerza de su fe. Así, se presentó en el campamento de los feroces guerreros, con las únicas armas de su convicción y un pequeño crucifijo de madera confeccionado por ella misma, que era muy mañosa. Sin vacilar un momento, comunicó al imponente vikingo de guardia que deseaba ser llevada a presencia de su jefe. El interpelado la condujo ante él sin demora, sospechando que la cosa tenía interesantes posibilidades.

Acudió el hirsuto caudillo, más imponente si cabe que el guardián, y se la quedó mirando de arriba abajo, debido a su muy superior estatura. Ella, alzando la voz cuanto le fue posible y enarbolando el crucifijo, le explicó que había venido a proclamar la verdad del cristianismo, y que estaba dispuesta a sufrir el martirio, pues ni los mayores tormentos podrían hacer que abjurase de sus creencias. Alzando una ceja, despectivo, él ordenó a sus hombres que la llevaran a su tienda sin zarandearla demasiado.

Durante toda la noche las hogueras se alzaron hasta el cielo, atronaron los tambores y sonó el ronco grito de los cuernos, mientras los depravados vikingos danzaban, celebrando el sacrificio de la virgen.

Sara vio amanecer el nuevo día en la tienda del jefe, maltrecha y conmocionada, pero firme en su decisión. Así que, en cuanto vio que el sanguinario caudillo dejaba de roncar y se desperezaba como un oso, cayó a sus pies y le suplicó que la dejara quedarse en el campamento, jurando sobre el crucifijo artesanal que realizaría en el campamento las tareas más rudas y las labores más tediosas con tal de que alguna que otra vez él pusiera a prueba su fe de la misma forma y manera que lo había hecho aquella noche. Rióse el guerrero, la estrechó rudamente y accedió sin más demora a sus deseos, como aconteció muchas otras veces en los años venideros. Dicen las crónicas que, desde aquel día, el campamento permaneció siempre limpio y arreglado como una patena, merced al abnegado trabajo de Sara, y nunca se vio vikingos con las pellizas tan bien cosidas y planchadas.