miércoles, 4 de marzo de 2009

UNA PELUQUERÍA ORIGINAL

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Jamás había ido a una peluquería de “Elena Danegui”* pero como para algunas cosas soy muy aventurera decidí arriesgarme para salir de la monotonía de ir siempre a la misma peluquería (ya que suelo variar poco, en estas pequeñas cosas me aprovecho).

La entrada, ya de entrada, fue algo caótico. Nadie miraba, nadie venía, parecían todas muy ocupadas... o lo fingían, según llegué a pensar después.
Al fin se acercó una chica con aspecto de poco espabilada, la verdad. Cuando me preguntó empecé a contarle que quería algo diferente, un cambio de look, me había hartado de tanta mecha clara (que ahora sólo era un maizal) y quería dar otro aire... La chica escuchaba, como no me interrumpía di por hecho que estaba muy interesada en mi explicación, así que continúe (es lo normal… creo). Por fin callé, más por agotamiento que otra cosa, momento que aprovechó para aclarar, algo tardíamente, que eso debía decírselo a la peluquera que fuera a atenderme
- ah.
No había espacio dónde sentarse. De momento, lo primero que saltaba a la vista es que muebles y personas saltaban sobre ti, no es que hubiese poco espacio… ¡es que no llegué a ver bien el espacio que había!
Me acomodaron en el lavabo. Pensé que era una buena señal, y que después de todo alguien habría libre para atenderme.
El lavabo… vamos a ver... cómodo lo que se dice cómodo... ya se sabe, el sillón suele estar inclinado hacia atrás para que puedas apoyar bien la cabeza, o sea la posición normal en la que uno está sentado era, cómo diría…, incómodo vaya.
Ya casi me había echado una siestecita cuando apareció muy atenta la peluquera preguntándome qué iba a hacerme. Yo, lo confieso, estaba confusa ¿para que voy a decir otra cosa? Ya se sabe que las peluquerías no hacen milagros, y yo sin duda, ¡necesitaba uno urgentemente! De nuevo me perdí en mi mar de explicaciones pero la chica sólo reaccionó cuando mencioné:
– y unas mechas, no quiero que me quede muy oscuro.
Aquello fue la palabra mágica, casi me sacó en volandas del asiento y me llevó, del mismo modo, o sea, en volandas, a la silla.
Mientras me situaba, en el pequeño espacio, ella resumió toda mi charla en unas pocas palabras
- un baño de color para oscurecer el conjunto y algunas mechas doradas
Yo había gastado muchas palabras para decir casi lo mismo, en fin, pero es vital que te entiendan, luego no coincide con lo que ellas hacen y te dicen tan ricamente – ah, como “usted” no me dijo nada (recalcan el “usted” a conciencia, te dan ganas de decir – eh, yogurín, que estoy muy contenta con mi edad... Pero mejor no entrar en eso) Así que me dejé llevar, qué remedio!! Si te pones en manos de alguien mejor será que te relajes y confíes en él
-¡por cierto! – añadí- no me dejes mucho tiempo el baño de color porque me pondrá el pelo negro.
Ella me miró muy sorprendida y con ojos muy abiertos (esto también es otro problemilla, lo de las creencias)

Mientras ella trabajaba, y más por entretenimiento… empecé a fijarme en el entorno. De entrada hay lugares que, en conjunto, ¡te echan para atrás! Estando allí, sentada como en las tronas que usan los niños (me di cuenta por cierto, que al igual que ellos yo balanceaba las piernas en el aire…) mis pies tropezaron con algo. Normalmente en las peluquerías tienen reposapiés, en mi caso es muy socorrido y pensé, aliviada, que lo había encontrado pero ante mi asombro ¡no era así! En mi sitio (en ese apartado que es dominio de quien está sentado allí) había una bolsa de deportes, enorme, abierta, y yo naturalmente ¡miré! Me sentía como quién ha encontrado un tesoro oculto, había toda la variedad imaginable de cepillos, desde térmicos a la más pura cerda de jabalí (no estoy insultando al jabalí). Miré con asombro alrededor... ¿quién se habría dejado allí eso? No podía ser de una clienta... ¡nadie llevaría una bolsa de deportes con semejante cantidad de cepillos a una peluquería, por muy aprensivo que fuera!
Comencé a entenderlo al poco tiempo mientras Zintia, mi peluquera, echaba la silla a un lado para hacerse sitio, y el ardiente aire del secador de la de al lado me abrasaba la cara... Como he dicho ya, había un problemilla grave de espacio.
Pude notar o apreciar que nuestra vecina-peluquera era algo picajosa, a cada movimiento de Zintia ella arremetía como para recuperar su espacio, mi peluquera hacia como que no lo veía… pero para mí estaba claro, la tal Vero (que así se llamaba) amenazaba con echarme del sitio... Entonces supe (sin lugar a dudas) que la susodicha Vero era acaparadora, y que al igual que a muchas peluqueras les gusta usar sus propias tijeras a Vero le gustaba usar sus propios cepillos (porque observé que en todo ese tiempo sólo se dedicaba a peinar)
Miré de nuevo el tesoro acumulado cerca de mis zapatos (textualmente pegando a la punta de mis pies) sintiendo una cálida simpatía por la paciencia y el buen hacer de mi peluquera, porque, pensé, debe ser incomodísimo trabajar con alguien tan raro... Así que me olvidé de Vero y seguí observando, total tampoco podía leer...
Bajo la pequeña encimera había muchos cajoncitos que, al menos en teoría, podrían usarse para esos fines... Los miré bien y sentí verdadera aprensión, estaban destartalados, casi caídos. En su origen debieron ser de un gris perlado pero se habían ido tiznando poco a poco hasta alcanzar una tonalidad de gris marengo más o menos... (¡no querría exagerar!) ¿No limpiaban nunca la peluquería...? y la neurosis aumentó, si nadie limpiaba la peluquería... ¿limpiaba alguien los cepillos que iban usando...? si lo que veía estaba en tan mal estado... ¿cómo sería la calidad de los productos que no veía?...
Intenté concentrarme en lo que a mí me interesaba, como quería dar otro aspecto al pelo pedí revistas de cortes, pero aquello fue realmente gracioso... ¡me las fueron trayendo!. Sí, fue exactamente así... me fueron llegando hojas sueltas y bastante troceadas, de las revistas que fueron en su día… por cierto, muy lejano.
Así que en realidad vi poco que me atrajera. Mi peluquera, solícita, me preguntó si había encontrado algo que me gustara y le dije que no, ella, enigmática, afirmó que no le extrañaba. No sé por qué lo dijo…
El aire del secador de “Vera” y mi solícita peluquera me llevaron al lavabo y ahora pude reparar en lo que antes no había visto. Todos los respaldos tenían un halo amarillento, vamos, para entendernos… como se queda un pantalón negro después de que le caiga lejía.
Por un instante pensé, inocentemente, que era una nueva moda (poco atractiva) pero después reparé en que esas manchas eran de diferentes tamaños en cada respaldo y siempre a continuación de la melena (cuando la hay) de la persona sentada en esa silla, en fin, no cabía duda, me había negado a creerlo, pero sí, aquello era desteñido puro y duro ¡ya lo creo!
Mi siempre atentísima Zintia me levantó del asiento de un empujoncito algo menos ligero de lo que debería y corriendo me puso un paño en la cabeza. Así, como se lee, paño, lienzo...en algunos lugares, sobre todo en hospitales, se denominan gasas (algo más basta y gruesa, pero el mismo género) Entendí su prisa después de encharcarme (¡si me lo hubiesen dicho me habría llevado la toalla de baño de mi casa!!)
Volví a mi asiento, cada vez más acongojada, mientras mis codos rozaban continuamente el trasero de una peluquera o de otra, mientras mis pies seguían bailando en el aire, porque mi asiento no paraba de moverse y apenas podía controlarlos... Cuando esto ocurría Zintia volvía a girar la silla con brusquedad, así que ¡demasiado pocas patadas di! ¡y porque una controla que si no...! Por lo demás la situación resultaba bastante cómica, ahora frente al espejo, ahora de cara a la puerta, como si estuviera espiando quién entraba y quien salía de la peluquería.
En un momento determinado, por alguna maniobra más brusca de lo normal, Zintia me empujó hacia el lado, la reacción de Vera, la quisquillosa, no se hizo esperar... y me encontré con mi asiento rozando el asiento de mi vecina, mientras nuestras respectivas peluqueras arremetían cada vez más nuestras sillas, y guardaban una distancia tensa y amenazante entre ellas...¡por un momento me imaginé dando puñetazos a la otra clienta (que en verdad no me había hecho nada, al menos no voluntariamente...) pero la pobre hacía como yo... intentar subir las piernas para eludir los inevitables rodillazos. Vamos, que me sentí como los gallos de pelea cuando no tienen ganas de pelear. Sin embargo, tales giros me sirvieron para recabar mayor información.

Al entrar en la peluquería te daban una bata de papel que extraían pulcramente de una bolsa, en teoría cerrada. Cuando la gente se iba y se quitaba la bata, la chica que me había atendido en primer lugar, recogía la bata y la echaba al suelo del armario, de cualquier forma. Pensé que era una manera incómoda de ir recogiendo... pero también supe después el por qué de esto...
Tras la confrontación peligrosa con la clienta de mi lado, las aguas parecieron volver a su cauce un momento y me vi otra vez en mi sitio... eso sí, con la bolsa de Vera y su valioso contenido a mis pies. Fue entonces cuando reparé en que todas las peluqueras tenían cerca de ellas una bolsa de deportes, o un maletín, las más sofisticadas.
Me di cuenta de que la tal Vera era poco estimada, la miraban mal, y sonreían a mi peluquera, Zintia, como diciendo…
– vaya paciencia que tienes...
La verdad es que Zintia parecía eso: pacífica por encima de todo. Cada vez que le pedía algo a Vera se lo pedía por favor, e inmediatamente le daba las gracias, como le ocurrió al pedir el secador (-sólo es para quitarle el agua – explicó) dándole las gracias incluso antes de tenerlo en la mano; de lo que deduje (porque en esto de deducir soy muy buena, la verdad) que el secador también era propiedad de Vero (trabajar allí era una forma “fina” de hacer pesas, teniendo que llevar todo eso encima…)

A partir de aquél momento algunas peluqueras según iban acabando se iban yendo. Parecían fantasmas, ahora las ves, luego no; de pronto iban arregladitas... y al instante desaparecían. Se iban así, sin más, sin comentarios ni despedidas, como clientas insatisfechas que deciden escapar antes de que sea tarde. Por lo demás, esto mejoró enormemente la situación, a menos gente más espacio.
Me cambiaron de sitio. Bueno, en realidad me cambiaron varias veces de sitio, al parecer Zintia iba colocándose cerca de las pertenencias de las otras, porque allí no parecía haber nada comunitario.
Para distraerme concentré (vale, bueno) “seguí concentrando” la atención en el entorno... Vi cómo del armario se recogían las batas que habían sido tiradas a un rincón y ¡se colgaban en perchas!, aunque eran de papel allí no se tiraba nada.
La “relaciones públicas” que me había atendido en primer lugar también era la encargada de cobrar, lavar cabezas y atender el teléfono, pero no tenía problema alguno, y el teléfono no rechistaba por tener una blanquita corona de espuma.
Francamente, me sentí como si estuviera en un pueblo perdido de la mano de Dios. Miré al suelo por no ver, pero vi otras cosas….¡montones de pelos!... no sólo los pelos que se caen buenamente cuando estás peinando, también otros... el batiburrillo de pelos que forman una pelota en el cepillo y que flotaban por el suelo como los pelusones que solemos ver en las películas del Oeste... El aire del secador de al lado no sólo me levantaba a mí mi babero sino los pelos caídos en cualquier parte y que amenazaban con subirse a mis pies (aunque lo tenían dificilísimo la verdad)
Volví a la chica de la caja. Su mueble no estaba mejor que el resto, cogido con celo como para sostenerlo mantenía sobre él un ordenador (una antigualla). No habría estado mal si no hubiese sabido (porque lo había oído) que estaba estropeado y no funcionaba.... así que no podían hacerte la ficha en condiciones...
Habían pasado ya unas tres horas, y francamente no encontraba nada que pudiera mirar, apenas podía concentrarme en la lectura, y estaba agotada. No podía dejar de pensar en todo tipo de bichito encantador que se paseara por allí a sus anchas, si así se le antojaba.
Cuando me miré en el espejo... estoicamente contuve un grito, el pelo estaba negro y, por cierto ¿dónde estaban las mechas? Cuando se lo comenté a la chica me dijo que – había un montón de mechas, pero había querido dar un tono más natural.
¡Y tanto! No había quien las encontrara.... Esto no era en absoluto lo que yo había pedido (¿o sí?) pero suponía un cambio de look al fin y al cabo. Lo bueno de los cambios es que nos permiten volver a lo de siempre pero pletóricas de felicidad.
Sí me extrañó mucho los pingajos que iban quedando después de pasar las tijeras... mechones cortos con otros mucho más largos…. ¡lo peor estaba por llegar!
Y llegó esa misma tarde en mi casa cuando intenté “peinarlo” yo!._

* “Elena Danegui” evidentemente no existe (si existe yo no la conozco) pero no he querido ofender la sensibilidad de nadie dando el nombre de la peluquería que, sin duda todas conocemos. Por cierto, el hecho (algo exageradillo quizás) es verídico.

Candi

LES CONSEQÜÈNCIES

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".......i em va deixar."

Pi