martes, 10 de marzo de 2009

METAFÍSICA DE LOS NÚMEROS

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Uno…, dos, tres…, cuatro…

Uff. Sofía inspiró fuerte mientras asomaba el valor necesario para salir de aquella esquina en la penumbra. A solo dos pasos, un radiante sol llenaba las calles de pies paseantes, saltitos de gorriones y algún chicle espachurrado, y ella debía unirse al tranquilo rodar del mundo como si esta vez no pasara nada. Hacía tiempo que no se acercaba tanto a la plaza donde ocurrió, y esta vez era solo cuestión de adelantar una pierna con paso firme.
Al salir de su escondite por fin, la brisa agitó con fuerza sus cabellos, los mecía en bellos pero macabros devaneos que le hacían recordar su esencia de juguete.

Dos por dos, cuatro; dos por tres, seis.
Su vecina de pupitre comía cáscaras de naranja, las chulitas de la clase hablaban de peinados y ropa nueva, y los niños enseñaban su cosita a quien quisiera verla. Pero Sofía prefería estar sola, soñar con lápices voladores para levitar al ras de los tejados de casas de chocolate. Cuando llegaba a casa subía rápido la escalera de su alta litera, pensando que llegaba hasta las estrellas, y observaba desde allí los ojos tristes de su madre, que -jamás supo por qué- siempre lloraba.

Trece.
Tengo trece años, pero estoy enamorada de ti.
Aquel verano, después de toda una vida de miradas furtivas desde la ventana, confesó su amor a su vecino de enfrente. Cogió uno de sus juegos de papel de cartas, el de olor a manzana decorado con macetas, y escribió decidida algo que no debía seguir guardado por más tiempo:

Cuando paso por tu lado, se me ilumina la cara. He soñado contigo ya diez veces, y en todos los sueños apareces como un ángel. No sé si te habrás fijado en mí, a veces me paso la tarde mirándote jugar al baloncesto mientras escucho música en mi mp3, pero nunca me has dicho nada. Sé que tienes 22 años. Yo tengo trece. Tengo trece años, pero estoy enamorada de ti.
Si quieres contestarme, mi dirección de Messenger es:
minombrextunombre@hotmail.com


Seis, cinco, cuatro, tres…, dos, uno…
¡¿Puedo abrir ya los ojos?! Su vecino le había preparado un encuentro sorpresa. Su casa se quedaba sola, y después de haber hablado varias semanas por el Messenger, había llegado el momento de compartir su amor en persona. Sofía no entendía por qué no habían ido antes a la heladería, o al parque, pero él le explicaba que así era más emocionante, algo que en realidad le daba un toque mágico a su historia.
Cogidos de la mano, empezaron a ver su primera película juntos. Los besos, caricias y gemidos en la pantalla, empezaban a resultar incómodos, pero Sofía quería parecerle a su amor una chica mayor, interesante. Y las chicas mayores e interesantes no se ruborizaban por escenas de sexo.
«Creo que todas las mujeres deberían probar el sexo con otras mujeres, al fin y al cabo, entre nosotras nos entendemos mejor». Las conversaciones de su hermana mayor le servían para hacerse la madura delante de su vecino que, ya bizco, le acariciaba la cara adulándola por su bonito físico: «Te deseo, Sofía».

Diez o doce.
Sí, creo que me habré enrollado ya con diez o doce chicos. ¿Y tú, Sofía?
Sus amigas se burlaban maliciosas, porque a sus diecisiete años nunca la habían visto con un chico. Nadie sabía que, en realidad, ella era la chica más atrevida del instituto, ya que tenía una historia secreta con un chico mucho mayor, y había perdido la virginidad incluso antes de tener la regla.
Su historia –pensaba- era la mejor. Aunque siempre se vieran a escondidas, aunque él siempre bromeara con que podían meterlo en la cárcel -algo que a Sofía le daba mucha risa-. Aunque nunca la hubiera llevado a bailar o a cenar, aunque nunca hubieran paseado cogidos de la mano. Aunque él tuviera una novia oficial de su edad -que dejaría en cuanto Sofía cumpliese los dieciocho-. Aunque siempre estuviera sola.
Sofía se consolaba con que, a su lado, se sentía muy especial. «Qué inteligente eres para tu edad», le decía siempre su vecino, y qué comprensiva. Tenían conversaciones de existencialismo y de sexo, en las que se sentía orgulloso de ella por aceptar que las cosas no son fáciles, ni simples; por seguir con madurez sus juegos de mayores. Conversaciones en las que la ingenuidad de Sofía moría cada día un poco más, disfrazada de snobismo y necesidad de ser amada por alguien.

Uno, dos, tres, cuatro…
¡¿Ya?!.
Sofía se sentía especialmente sola aquella noche, y había salido a pasear atraída por el extraño influjo de la luna llena. Al acercarse al sitio especial donde se reunía con su vecino, vio cómo una chica del barrio, de unos trece años, estaba sentada junto a él; tenía los ojos cerrados esperando a que el chico le enseñara el regalito que le había traído para celebrar su primer encuentro especial a solas.

Agnés

LA DUDA

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Como siempre, al acabar el trabajo, ya de noche en esta época del año, me gusta pasear por las apenas iluminadas calles de la ciudad. Hoy apenas se nota movimiento, únicamente me llegan los sonidos de algún que otro coche, el graznido de un cuervo, y la sirena de una ambulancia lejana.

Paso, como todas las noche, por el puente nuevo, y, como todas las noches desde hace ya unas semanas, un pequeño grupo de personas están asomándose a la barandilla, concentrando fuerzas para lanzarse al vacío. No son buenos tiempos.

Me paro un momento a contemplarlos, y observo como, uno a uno, se van animando. Finalmente, sólo queda, encaramada sobre la barra de hierro pintada de gris, una chica joven, de cerca de treinta años, dudando, temblando, llorosa. Me acerco lentamente a ella, por detrás, la agarro por los hombros, y, con un golpe seco, la llevo al lado correcto de la barandilla.

Sin pararme más tiempo, pero tan lentamente como llegué, paseando, prosigo mi camino, sin apenas pensar si mi intromisión ha sido adecuada, o quizá debería haberla dado algo más de tiempo para tomar su propia decision.

Picopato.