lunes, 23 de marzo de 2009

LIBROS Y MÁS LIBROS

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Me está empezando a dar un poco de asco, la verdad. Nunca pensé que yo fuera capaz de tirar un libro al contenedor, pero no me deja opción.

Mira que ayer, cuando en foro me jugué este título al ahorcado, me comprometí a enviarlo por correo al acertante.

Recordaba exactamente dónde estaba este tomo, sepultado entre un montón de libros más, todos de los años sesenta, ocupando baldas y más baldas en la biblioteca de mi padre, en el salón.

Los compramos de segunda mano y ya entonces tenían ese color amarillento que adquieren los libros con los años. ¡Cuántas veces habremos ido juntos a las librerías de viejo a curiosear!

Este libro concreto, la edición bilingüe de Hamlet, la compramos por necesidad, para mis clases de inglés.

Lo saqué ayer de su estantería y seguía más o menos del mismo tono que yo lo recordaba, no me costó ningún trabajo encontrarlo. Lo dejé encima de la mesa, para ensobrarlo y mandarlo por correo hoy sin falta, y no me preocupé más del asunto.

Cuando al cabo de dos horas volví a ver el libro me pareció un poco más oscuro, pero no le di ninguna importancia, soy bastante despistado.

Esta mañana tenía un libro de color nogal (las hojas, la pasta azul, como siempre ha sido) al lado del ordenador.

Puedo entender que se ha conservado casi encerrado sin contacto con el aire, pero creo que tiene vida propia.

¿Sabéis si la madera va al contenedor de papel?

Mala suerte

CALOR Y FRÍO

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No está caliente pensaba que sí había imaginado que después de disparar estaría pero no sigue fría como si nada hubiese pasado pero sí ella me mira desde el suelo ha sido la culpable yo sólo he hecho lo que me ha pedido no tengo la culpa me ha mirado con esos ojos la misma mirada ¿también me estaba engañando entonces? No sí quizás no me mires tengo que alejarme quiero no puedo maldita sea todavía consigue que me sienta culpable eso es lo que diré fue ella la que se disparó que yo sólo encontré el cuerpo seguro que me creerán porque les enseñaré la foto ¿por qué tuvo que? El vestido es el verde mi preferido la basura tenía más valor que yo cinco seis meses no sé puede que siete diez paré de contar cuando la puerta se cerró hasta entonces habían sido dos años once meses y veinte días yo nunca me aburrí todo era siempre hasta ese día cállate no hay nadie en la habitación veo la sombra de la bombilla en la pared era la habitación que habíamos elegido para el niño o niña que ilusión faltaba la ventana se supone que ese día iba a hacer el agujero no había nada en la pared sigue sin haber nada sólo llegué a pintarla de azul oscuro cuando la maleta cruzó la puerta me dijo que no quería niños se quedó así no tenía ganas de cambiarlo la mesa las sillas la luz sin lámpara sin ventana todo oscuro ¿cuánto costará quitar la mancha del suelo? Que mal me pegó su manía no me importa pondré un alfombra y listo seguro que cuesta mucho quitar la sangre si lo viera vaya que pienso si ella está encima sí mira mira lo que has conseguido no me importa ahora ya no volverás a irte no me dejarás solo y te irás con él ¿quién habla? No hay nadie aquí estoy solo sabes ese niño tenía que haber sido mío seguro que no hizo bien las cuentas creo que hace ocho meses que no nos veíamos en la foto el niño parece que tiene más de dos semanas era mi preferido ese vestido verde lo lleva mientras posa con el bebé y una sonrisa y esa mirada sonríe no debería me dejó yo no volví a alegrarme por nada vi la fotografía en el escaparate tenía que pasar para arreglar ya no recuerdo el qué del coche y ahí estaba ella y el niño y él una familia feliz mi familia yo debería estar ahí era mi hijo esta habitación era para él entré y pedí la foto un amigo de la familia un regalo especial el dependiente me creyó qué iluso pero sí confirmé que era ella luego busqué la pistola siempre se burló de que la tenía debajo de la cama que nunca la iba a necesitar que sólo era un recuerdo de mi época como policía que la dejase que equivocada sigue sin tener un arañazo sigue como nueva lo ha comprobado y mi puntería sigue siendo perfecta qué pena hubiera deseado que sufriera tenía que haber sido mi hijo esta habitación era de él la había preparado para él ahora es suya ¿lo sabrá alguna vez? Conociéndole no le habrá dicho a él que venía a verme nunca me lo dijiste a mí un poco de dinero que si era tuyo que se me olvidó que viniste rápidamente para que veas cuánto te conocía está ahí en la habitación del fondo encima de la mesa no había dinero estaba la foto me miraste y la bala llegó antes de que pudieras decir algo rápido debería sentirme de otra manera nunca había matado a nadie no ella se ha matado no tenía que haberse ido ni mirarme con esos ojos ni venir con el vestido verde no he sido yo ¿Quién habla? ¿Qué decís? No sé qué significan ese niño tenía que haber sido mío ella le ha abandonado dejarme no está huérfano me tiene a mí su madre ella me mira sin verme desde el suelo ese vestido lo llevaba también el día que nos conocimos está bien ella rió y salimos los dos del bar ahora recuerdo escondió algo en el bolso sí sacó de su dedo mano izquierda algo pequeño ahora sus manos están vacías en su bolso un anillo un anillo una inscripción su nombre y el de un hombre una fecha antes de que nos conociéramos en la foto me fijo sí creo que hay algo está sí el mismo anillo el hombre también lo lleva eso me engaño no sé lo que dicen las voces empezaron cuando miré la foto sentado en la habitación antes de que ella llegase porque no son claras tenía que haberme dado cuenta que no importa ahora está muerta me engañó diré que no hace falta miro mi reloj antes era en punto me entra hambre al ver la mancha en la alfombra unas fresas estarían bien o chocolate abro la puerta del frigorífico no hay nada me condenarán sé lo que parece vuelvo a la habitación la lámpara está dando sus últimos latidos ahora si ahora no oscuridad luz sólo hay una solución oscuridad me siento aliso mi camisa toco los tres primeros botones los desabrocho espero que al menos pueda sentir el calor de la pólvora entrando en mi cuerpo.

Anai

ELLAS

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Cuatro miradas siguieron el movimiento de la pistola sobre la mesa. Cuatro pares de ojos vieron cómo daba vueltas rápidamente en el centro y cómo, poco a poco, iba disminuyendo la velocidad hasta detenerse. Sólo tres de ellas se deslizaron después desde la negra superficie al oscuro tapete rojo sobre el que estaba apoyada, continuando hasta el borde, subiendo por una camiseta gris llena de manchas y pequeños agujeros y llegando finalmente a la nuez de un cuello que subía y bajaba cada vez con más velocidad.

Miraron su cara cuando se apoyó el cañón de la pistola en la frente.

–Así que todo termina de esta manera –dijo Anai, echando su cuerpo hacia delante, apoyándose sobre el borde de la mesa–. ¿No podríamos ayudarle, Eve? –añadió, dejando caer la cabeza sobre las manos y mirando a la persona que tenía a su derecha.

–Va a ser todo un espectáculo –exclamó ésta, también apoyada sobre la mesa pero, a diferencia de la primera, sus ojos brillaban al observar cómo el dedo índice del hombre se colocaba despacio sobre el gatillo.

– No te creas. Sólo se manchará la pared del fondo y nada más –intervino la última mujer–. Lo he visto más veces y, querida, es una de las cosas más repugnantes que puedas imaginar. Todo lleno de trozos de cerebro y sangre… Donde esté una mujer que se quite lo demás. Son más limpias…

–Pero no hay diversión, Iris. Todavía recuerdo a Jack. Eso sí que fue…–Eve se pasó la lengua sobre los labios antes de morderlos ligeramente–. Aparecer de repente en la niebla, tapar la boca a esas mujeres, sentir su desesperación y luego… Ah, todavía siento sus gritos cuando metía el cuchillo en sus cuerpos y sacaba el corazón aún palpitante… Esos sí que eran buenos tiempos.

–¿Por qué tiene que terminar así? Debería haber otra solución. No sé, algo que no implicara morir…

–Las mujeres siempre han sido consideradas las mejores asesinas. No hay nada como una pequeña gota de veneno y listo, ese rey que tanto detesta el pueblo cae sobre la mesa. Veredicto de los médicos: atragantamiento accidental. Si yo te contara cuántas muertes no han sido naturales. No como esto –una de sus manos señaló al hombre que tenían enfrente y que ahora había apretado un poco más el gatillo, hasta la mitad–. Mira cómo le tiembla el brazo que tiene libre y cómo baja el sudor por su cuello…

–No sé cómo os puede gustar todo esto –murmuró Anai, sabiendo que de nuevo no la escuchaban. Levantándose, les dio la espalda. Durante unos segundos observó el lento balanceo de la única bombilla de la habitación, que colgaba tan sólo de unos cables desnudos, y que daba una luz apenas suficiente para alejar las sombras de aquellas cuatro paredes que también carecían de adornos.

–¿Y qué me dices de esos asesinos en serie modernos? No me digas que no son artistas. Escondiendo los cadáveres o dejándolos en cualquier parte a trozos. Eso sí que es buen trabajo…

–Donde esté una buena dosis de veneno que se quite lo demás. Es rápido y sobretodo silencioso. Nada de limpiar luego ni molestar.

–Pero si la sangre es deliciosa. Es increíble la cantidad que puede haber en un cuerpo…

–¿Os estáis oyendo? –les interrumpió Anai furiosa.

–Pero ensucia mucho. No sabes el trabajo que cuesta quitar del todo las manchas de sangre. Además, la mayoría de veces que capturan a alguien es por eso. Siempre queda un rastro…

–Con los venenos igual. En las autopsias…

–No tiene por qué. Hay elementos que no se pueden detectar –dijo Iris, agarrándose un mechón de pelo y retorciéndolo despacio entre sus dedos–. Como te he dicho antes, no sabes la cantidad de asesinatos que se han tomado por muertes naturales.

Se escuchó un pequeño chasquido en la habitación.

–Oh, ya está casi a punto –dijo Eve impaciente, apoyándose todavía más sobre la mesa, a dos metros de la cara del hombre–. Ya era hora. Unos milímetros más y… –sus ojos miraron desilusionados la pared ligeramente oscura que había detrás del hombre. Una pena que no fuera un poco más clara o incluso blanca, pensó. Así hubiera creado un gran efecto.

–El próximo lugar de observación lo elijo yo. Y ya sé dónde vamos a ir. Me han hablado de una viuda que se va a casar otra vez, tras perder a sus últimos tres maridos a la mañana siguiente de la boda, por desgracia –Iris susurró la última parte de forma misteriosa, observando el trozo de pelo que tenía entre sus dedos.

–¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué lo va a hacer?

–Eso es fácil –contestó Iris, echando su pelo hacia atrás mientras se levantaba, se colocaba al lado de Anai y le daba la vuelta, para que viera al hombre con atención–. Sólo hay dos clases de problemas que pueden llevar a esto: dinero o amor.

–Si te fijas bien en él, sabrás cuál es de las dos –añadió despreocupada Eve, desde su posición, ahora a menos de medio metro del hombre.

Anai, a pesar de que no le gustaba aquel nuevo trabajo tuvo que admitir que tenían razón. En ese momento se fijó en el puño de la mano que no agarraba la pistola y cómo, de él, salía una fina cadena. También descubrió el pequeño y casi imperceptible anillo en uno de sus dedos y las lágrimas en sus ojos, rodeados de pequeñas arrugas y enmarcados en unas ojeras bastante oscuras. Encima de la mesa, una fotografía y una carta arrugada.

–Pero eso no es motivo suficiente para…

Sonó un disparo.

Un cuerpo cayó.

En el suelo, la sangre tibia se mezcló con otra que ya se había enfriado. El rostro del hombre se quedó mirando, con ojos vacíos, el cuerpo de la mujer que había matado minutos antes.

Yukko

EL CARRITO AZUL

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Esa mañana, despertó en la cama del hospital, igual que lo venía haciendo toda esa semana que llevaba ingresado. Como cada día, se dispuso a la misma rutina: estirar un poco los músculos dentro de lo que el gotero al que estaba enganchado le permitía, esperar que cualquiera de las encantadoras auxiliares viniese a asearlo, desayunar, recibir la visita diaria del amable facultativo que llevaba su caso, y pasar el resto del día entre pruebas médicas, fármacos, cambios de sueros, libros, música y las constantes visitas de todos sus seres queridos.

Pero, esa mañana, notó que nada era como los demás días. Las auxiliares llegaron un poco más tarde, no le saludaron con la alegría de costumbre, apenas hablaban entre ellas mientras le aseaban y, en una de ellas, le pareció ver aflorar unas lágrimas. Cuando se disponían a salir de la habitación no pudo por menos que preguntarles:

—¿Qué ocurre, señoras? ¿He hecho algo que les haya molestado? Si es así, perdónenme…

—No, no, perdónenos usted a nosotras. Hoy estamos todos muy tristes. ¿No se ha enterado? ¿No ha visto las noticias?

—Pues no, la verdad. Nunca miro la televisión.

—Pues póngala y se enterará. Ha ocurrido algo muy malo.

Encendió, de mala gana, la televisión y sólo vio un amasijo de hierros en el que se había convertido un tren –luego resultaron ser tres-, muchas personas llorando, sangre por todas partes y, sobre un vagón destrozado, el carrito azul de un niño.

Incredulidad e impotencia se mezclaron en su cabeza a partes iguales: “¿Pero quién ha podido hacer esta canallada?”, “No es verdad, esto no puede estar pasando”, “No, no ha sido ETA, éste no es su modus operandi”, “Hoy es once de marzo, 11-M, a seis meses del 11-S, esto tiene algún significado”, “Parece obra de Al Qaeda”, “Sea quien sea quien lo haya hecho, malditos seáis”

Cambia de canal y aparece la sonrisa hipócrita de Esperanza Aguirre, los periodistas persiguen armados con sus alcachofas a heridos, familiares, médicos... “Si alguna vez me veo en un berenjenal de éstos no quiero cerca la sonrisa de un político porque se la arranco de un guantazo, ni la alcachofa de un periodista porque se la meto por el culo”

Más cambios de canal, los mismos vagones destrozados, los mismos políticos intentando sacar un rédito electoral de esta masacre, los mismos dedos acusando a Aznar por meternos en una guerra tan absurda como sólo pueden serlo las guerras, las mismas lágrimas, el mismo dolor.... No han vuelto a sacar ese carrito azul de niño, pero eso es lo único que él ve; y no quiere pensar en ese niño, en su carita de sueño camino de la guardería o de la casa de sus abuelos en donde pasaría un día feliz hasta que mamá volviese del trabajo, para llevarlo de vuelta a casa, a disfrutar de un buen baño, de una rica cena, de unos cálidos abrazos y de unos dulces sueños. No quiere pensar en ese niño porque se echa a llorar.

Pasan los días, los meses, los años.... Dos victorias pírricas del PSOE, un macrojuicio contra los presuntos autores de la masacre, la derecha que sigue viendo conspiradores hasta en el cuarto de las escobas, detenciones de islamistas en toda España... pero él no logra quitarse de la memoria ese carrito azul de niño encima del vagón destrozado.

Carlos Astier

NO SE SULFURE, MUJER

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Las dos sabemos por qué estamos aquí hoy. Sí, ya sé que no es un buen trago para ninguna de las dos pero eso es algo que, antes o después iba a ocurrir. Ya sabemos que la insubordinación a un superior es una falta muy grave y de cara a la Administración, poco importan los motivos. Lo único que tiene claro es que hay que imponer una sanción acorde a la falta cometida.

No se sulfure, mujer; un mes pasa muy deprisa y siempre puede aprovecharse para descansar, para reflexionar sobre el futuro, para hacer todas esas cosas para las que nunca se encuentra tiempo mientras se está trabajando.

No ponga esa cara mujer, esta sanción estaba más que anunciada y, en estos casos, cualquier persona con un mínimo de sentido común, tiene prevista la situación y ha hecho sus cuentas para sobrellevar este mes sin sueldo.

No se sienta mal, mujer; en esta vida siempre se encuentran amigos dispuestos a apoyar a una y a ayudarla en todo cuanto necesite.

Venga, jefa, anímese. Cualquiera que entrase ahora y la viese, pensaría que ha sido a usted a quien han sancionado con un mes de empleo y sueldo en vez de a mí.

Mª Jesús Chamorro