martes, 17 de marzo de 2009

THE ONE AND ONLY

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Raquel lleva un tatuaje enorme en la espalda, casi a la altura del hombro izquierdo. Es el dibujo de una granada, roja y dorada. Se lo hizo un verano que Juan y ella pasaron en Ibiza, en uno de sus veranos locos. Las granadas siempre le gustaron a ella, tan carnales, tan abiertas y jugosas… Y a Juan le encantaba mirarle al tatuaje, hasta el punto de excitarse siempre que lo veía. Un sol amarillo y granate, lustroso y saltón como un ojo de cristal gigante lleno de lava, con la leyenda The One and Only debajo, en una cinta azul claro. Lo de “The One…” Eso fue idea de él. Había una canción de Sting que le gustaba, que se llamaba My One and Only Love. De ahí fue donde sacó la idea, pero no tanto por la canción como porque le gustara la frase del título.

Mi único amor… Mi niña… Mi hermana… Esas cosas que Juan solía decirle…

Pero ahora Raquel está en la cocina de su piso, lejos de lo que ha conocido. Lejos de Ibiza, de sus veranos y de sus sueños. Y ya puesta, lejos de su casa, de sus amigos, de sus cosas.

Se concentra en la cacerola que está limpiando. Saca grasa con la conciencia de quien tiene la cabeza llena de cosas que desearía desterrar lo más lejos posible, lo más rápida y completamente posible, y a poder ser antes de media hora, que tiene que irse al médico.

Cómo estás, chiquilla…

Esa es Inés, una de sus compañeras de piso. Acaba de entrar rodeada de mil bolsas de plástico, grandes y rebosantes como los dientes en su sonrisa. Tiene unos dientes bien blancos, la cabrona, piensa Raquel. Y suerte, ésa sí es una tía con suerte. Hay que…

Bien, aquí, de fregoteo.

Muy bien. Pues yo a guardar la compra…

Friega, friega, friega. Saca la grasa, saca lo sucio. Dale duro, que ese arroz reseco no te saldrá si no frotas… Cabrona. Así con un novio como el tuyo a tu lado yo también sonreiría, no te jode…

¿Y tu chico, cómo se encuentra?

Pues como el otro día: sedado. A punto de que le den cita con San Pedro, y no en el Vaticano, precisamente…

Bueno… Pero no te pongas triste, tía. Que él te tiene que ver fuerte.
Sí, fuerte. Ya puedes estar cagándote en la pena negra, ya puedes estar al borde de la paranoia, pero tú, fuerte, muchacha. Aguanta el tipo, que él no se derrumbe…

Y quién aguanta el tipo por mí…

Frota, frota, frota. Pon más líquido en el estropajo, frota, frota, frota…
…tía, ¡qué es esoooo…! ¿¡Qué tienes ahí!?

Eeehm…

¡¡En la espalda, Raq- tía, en la espalda!!

La piel del tatuaje le tira, le escuece, le arde como si quisiera saltarle de la piel. Raquel se lleva la mano a la espalda, y sus dedos vuelven llenos de sangre.

¡Tía, llama al médico ya! ¡Llámalo ya, que eso se infecta!

Raquel está paralizada. La sangre en sus dedos es mucha, pero no sabe por qué se le ha abierto la herida de repente.

Dios, Inés, que no es para tanto… Que eso será una herida…

Que no, Raquel, que no. Que ahora mismo te metes en mi coche y nos vamos para urgencias…

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Eres mi niña, mi hermana, mi sueño hecho realidad.
Sacerdotisa de mis noches solitarias, de mis momentos más ocultos.
Contigo estaría en este momento
Contigo, sólo contigo,
Mi único amor, mi amor genuino.

Si pudieras estar a mi lado, sin horario y sin tierra en medio,
Sin esa tierra feroz que me ha separado de ti
Que nos impide estar juntos hasta en mi último aliento…

Mi niña, mi hermana, eres mía.
Eres tan mía que nunca podrás deshacer este nudo que nos une y nos va a unir
De ahora en adelante.

Raquel, granadita dulce,
Granada sensual, eres mía.
Tan abierta y tan jugosa, tan amable… tan lejana…

Eres mía.
Eres mía.
Te amo.

JUAN

Qué haces aquí…

Hola, Raquel, soy yo. He venido a verte.

Por favor, ahora no…

¿Cómo que no? ¿No es éste un momento como cualquier otro para venir a verte? ¿No me decías eso siempre?

Sí, lo sabes. Pero no es eso.

Ah, ya sé. Es muy de noche y tienes que descansar. Se me olvidaba que lo necesitas. Estando donde yo uno se olvida de muchas cosas que antes eran habituales. Entiendo lo que te pasa.

¿Qué quieres?

Verte, mi vida. Sabes que te echo de menos.
Peque, pero ahora…

¿Ahora qué? ¿Qué pasa, que no puedo venir a verte, ni siquiera un poquito?

No, no es eso. Es que…

Ah, ya sé. Te doy miedo. ¿No es eso?

Pues… un poco. Sí, he de reconocer que me das miedo.

¿Es que ya no me conoces? ¿He cambiado tanto?

No, no…

Me decepcionas. Me decepcionas mucho.

Peque…

Quedamos en que nunca me olvidarías, ¿no? Me lo dijiste muy claro la última vez. Y ya ves que yo no me he olvidado. Pero tú sí, por lo que veo.

Yo… Peque… yo…

Shhhh… No llores. No importa. Bueno, sí, me duele un poco que no me reconozcas... Pero no me tengas miedo. Ya te irás dando cuenta de quién soy. Y cuando lo hagas, no tendrás que temerme.

Yo…

Tranquila… Soy alguien bueno. Vengo a entrar en tu alma, ya que no puedo hacerlo ya en tu cuerpo. En ti, mi diosa…
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No puedes seguir así, Raquel. Te estás volviendo loca, y todo por algo que no puedes arreglar, ni tú ni nadie.

Raquel asiente muy levemente, avergonzada y dolorida. Está claro que ella no pudo hacer más, ni los médicos tampoco. Pero es que ha sido todo tan cruel, tan inexplicable… Y ahí está Santi, cabreado con ella, que no tiene culpa de nada, pero que tampoco es inocente del todo…

Lo que no voy a dejar es que te hundas así. A Juan no le gustaría.

¿Y por qué nadie me ha preguntado cómo me puedo sentir yo?

Raquel, vamos a ver… Te lo pregunto, te lo pido, te observo y te apoyo como siempre. No me ataques, por favor. Yo no soy tu enemigo.

Ya, pero es que parece que soy el último mono en todo esto. Ya sé que Juan y su familia han sufrido mucho, y sabes que lo entiendo y que he estado desviviéndome a pesar de lo mal que me han tratado…

No les hagas caso, Raquel. La madre de Juan está enfadada con el mundo, o con Dios, o con lo que coños ella crea.

Pero, ¿es culpa mía o no? Dime, ¿es culpa mía?

Raquel, no es culpa de nadie. Creo que eso te lo hemos dicho todo el mundo.

Es que a veces parece que me quieran hacer responsable de todo. Y no puedo más, Santi, no puedo más…

Raquel…

Santi la abraza mientras ella se pone a temblar. Y al hacerlo, nota el esparadrapo gigante de su hombro izquierdo. Lo tiene lleno de sangre y pus, como infectado. Y le quema. Tanto que toda la venda parece un brasero encendido.

Raquel, ¿se te cura esto?

No, no se me cura. Es más, parece que no quisiera cerrarse. Y te puede parecer raro, pero cada vez que tengo una alucinación de las que me dan últimamente, me sangra y está así un buen rato.

A ver… no es que no me guste, pero este tatuaje... Vale, cuando os fuisteis a Ibiza nadie podía saber que Juan acabaría muriendo, y menos de cáncer. Pero ahora mismo, tal y como están las cosas, quizá sería mejor que te lo quitases. Es como llevar un recordatorio a todas partes, y pienso que deberías hacer tu vida. Tirar para adelante. Y este tatuaje te echa para atrás.
Ya, Santi, no te creas que no lo he pensado. Pero estando así la herida, tan tierna, es mejor esperar. El láser no se puede aplicar sobre la piel de cualquier forma, primero tiene que cicatrizar bien.

Santi palpa el esparadrapo empapado y oloroso. Está lleno de pus, pero no huele a lo que debería. Parece que lo que sale de él es zumo de cerezas o fresas podridas o algo así, y la sangre medio húmeda de la tela se asemeja más a agua teñida de rojo. Y late. La herida es un corazón bajo una camisa de fuerza, y se quiere liberar inútilmente.

¿Y no te lo dejas al aire?

Lo hago, pero en cuanto me pasa lo de las alucinaciones, me empieza a sangrar, y entonces tengo que tapármelo para que la cosa no vaya a mayores.

Pues quizá te lo debería ver el médico…

Lo ha visto, y me dice que me ponga un plástico para ducharme, y que no me rasque ni me quite la costra. Pero te juro por Dios, Santi, yo no me rasco la herida. Se me abre sola…

Raquel, no llores…
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Soy el que te despierta de madrugada El que viene a interrumpir tu sueño El que te requiere y te secuestra En tus momentos más bajos He venido a salvarte No me tengas miedo Soy un ser de amor y luz Un ser que el dolor Anula y aleja de ti Pero somos tú y yo somos uno Somos uno tu y yo nunca lo olvides Cada vez que lo hagas Cada vez que el dolor te atrape y te llene la angustia Yo estaré ahí para cogerte Y seré más rápido que ellos.

Nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca me olvides nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca.


Eres única eres única eres única eres única eres única eres única eres única eres única eres única Eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía eres mía
Raquel...


SANTI

Raquel se está matando. Está sufriendo, yo la veo. Y encima lo de las alucinaciones. Yo es que ya no sé qué decirle. Ya no sé qué decir, ni qué hacer, ni cómo hacer que pare todo esto. Y mira que Juan ha sido mi mejor amigo, y mira que aprecio a Raquel, que la aprecio, pero todo esto es demasiado, ya no sé qué leches pinto aquí ni cómo ayudarla…

Pesadillas. Sí, lo más normal sería que fueran pesadillas, o terrores nocturnos que ella tiene. Son cosas normales, respuestas de la mente ante traumas y similares. Pero no quiero que esto siga así. No sé, es como si se lo debiera a Juan, como si la cuidase mejor de lo que él hizo…

Dios, qué coño estoy diciendo. Si Juan era mi mejor amigo, y Raquel era su novia. ¿Su viuda? ¿Ahora es su viuda? ¿O cómo se dice para los novios? Si no eran marido y mujer, qué ostias digo…

Algo sé bien claro: esto se tiene que acabar.

Raquel no se lo merece, y Juan tampoco.

Todo tiene que estar en la mente de ella, o si no, no sé qué vamos a hacer.
Pero ella merece vivir tranquila. Y yo también, para el caso. Porque Juan, para haber sido mi amigo, ya podría pensar un poco en ella, y en mí, y dejar de aparecerse en sueños a Raquel… Aunque… No sé, esto es muy extraño. No quiero volverme loco yo también, que parece que todo el mundo se está yendo de la olla ya con este tema…
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¿Verdad que estamos bien, teta?

Sí, Juan estamos muy bien.

Aquí donde vivo no hay dolor ni pena. No hay enfermedades, y la gente es feliz, muy feliz. Estoy esperando que te llegue tu turno y pases por la puerta por la que yo pasé.

Juan, seguro que es muy hermoso.

Nada es tan hermoso como tú, mi amor. Por eso me he quedado en la tierra.

Ya, pero cada vez que te veo, se me abre la herida del tatuaje.

¿En serio? Qué raro. ¿Te pasa a menudo, mi vida?

Cada vez que nos vemos, ya te lo he dicho. La tinta se me está empezando a meter en la carne. Y tengo miedo. El médico dice que es mejor que me ingresen y me operen.

Con lo bonita que es esa granada… Cada vez que la veo, me derrito igual que la primera vez. Es tan roja, tan grande…

Sí…

Y cada vez que te veo, se abre más y más. Le sale zumo... Mmmh... Raquel…

Juan…

Déjala fluir. Déjate llevar y vente conmigo. Déjate ir… Mi amor, eres única. Mi único amor…

RAQUEL

¡Ufff, qué horror! ¿Y esto lo llevas así desde cuándo?

Desde que murió mi novio, se le pasa por la mente. Desde que se me aparece en sueños y en alucinaciones cada dos por tres y no puedo dormir y no me concentro ni me quedo tranquila y tengo que tomar pastillas pero me da miedo y no sé cuánto tiempo voy a llevar así ni cuándo voy a poder volver a estar bien y a vivir mi vida…

Desde hace un par de meses.

Dios… ¿Y cómo no se te ocurrió venir antes? ¿Sabes que vamos a tener que operarte YA? Esto te puede generar una gangrena como no te lo quitemos. Y si encima la tinta se te pasa a la carne, con mayor razón.

La tinta… la tinta que huele a granadas maduras y a luz del sol y que es tan calentita pero que sangra y duele, y encima lo de las alucinaciones…

Pues vamos a ingresarte y a hacerte una analítica para descartar otras complicaciones. Ese tatuaje tenías que habértelo quitado mucho antes.
Sí, ¿pero cuándo? Si lo de la herida me vino sin avisar. Si no llega a ser por eso anda que me pongo a pensar yo en quitarme el tatuaje…
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Raquel, guapa... ¿Estás bien?

Eeehm… Hola, Santi… Estoy medio sopa aún…

Ya, lo sé. Vengo de hablar con el médico, y me ha dicho que todo ha ido muy bien. Te ha quitado con láser lo que ha podido de tatuaje, y te ha limpiado, vaciado y desinfectado la herida. Dice que hay un trozo del tatuaje que no va a poder salir nunca, pero que con lo que le ha hecho no te va a sangrar nunca más. Además, he hablado con una psicóloga que me han recomendado y me ha dado su tarjeta para que la llames si te apetece contarle lo de las alucinaciones.

Santi… gracias…

Raquel sonríe y le mira desde sus ojos aguados. La anestesia la ha envuelto en una nube de vapor luminoso extraño que le aleja el mundo y las voces de fuera. Pero también está como en una dimensión nueva y extraña, lejos de sí misma y de su angustia. Se siente… bien.

¿Por qué haces esto, Santi?

Porque tenía miedo de que te pasase algo malo, de que se te fuera la pinza y empezases a hacer cosas raras. Tenía miedo de que te hicieses daño.

Santi, no…

Espera. Ya sé que no quieres que te hable de ella, que te duele. Vale, no te hablo de ese tema. Pero no quiero que te quemes por esto, Raquel. Eres muy valiosa, y Juan y tú habéis pasado un tiempo muy bonito juntos. Eso es lo que te tendría que quedar. Además, eres joven, valiente, fuerte y muy lista, y puedes hacer todo lo que quieras con tu vida.

Santi…

Eres lo mejor que hay en ti, Raquel. Lo eres.


Heartbreak Tattoo Studio

EL AMOR ERA ESTO

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Nos conocimos en el café Festa del Sol, cerca de la playa; a finales de Marzo del año pasado. Yo administraba el lugar hacía un par de semanas. La verdadera dueña, una vieja amiga, había tenido que abandonar el trabajo por problemas familiares y me había ofrecido un turno que acepté en tanto duraran mis vacaciones. Ahora puedo decir que era un trabajo agradable.

La marea urbana traía toda clase de personas a lo largo del día. No se trataba de un lugar exclusivo ni especialmente lindo, pero podíamos tener desde intelectuales rezagados hasta grupos de colegas al salir del trabajo, estudiantes, hombres y mujeres solitarios. Había cierta gracia en verles a todos desde el fondo del mostrador. En medio de mi aburrida posición de mero vigilante del orden, me daba tiempo de reconocer a algunas personas, y al mirar sus caras, advertir si eran tristes o felices; y si me encontraba inspirado, hasta podía entrever el motivo de sus sentimientos: si se trataba de un corazón roto, de un buen o mal día en el trabajo o algún asunto de familia. Cada expresión tiene su particular forma de dibujarse en el rostro y había aprendido a reconocerlas.

Y así fue como te conocí un día, Lucie. Te vi por primera vez un miércoles a las seis de la tarde, poco antes de acabar mi jornada. Era el comienzo de la primavera y lloviznaba, al punto que podía notar el ligero rocío en tu cabello. Llevabas gafas oscuras que te quitaste al entrar y un pequeño cuaderno que no dejabas de mirar como si fuera el mapa de un tesoro. Sin mirarme siquiera, caminaste hasta el fondo del café, todavía vacío, y recorriste el lugar con la mirada hasta fijarla en una repisa junto a una mesa. Entonces, para mi completa sorpresa, te vi sacar un libro del cajón más bajo como un mago que saca un conejo de un sombrero. Lo miraste con ternura, como a una criatura perdida a la que dieras cobijo, acariciaste su lomo, lo apretaste con ambas manos y te sentaste a mirarlo concentrada.

Por tu expresión, supe que no eras infeliz. Parecía que no necesitaras de nada más y que aquel objeto hubiera acabado de alimentar tu espíritu. Poco después, al ver pasar a una de las camareras, levantaste la mirada y le pediste un expreso. En ese momento supe que tenía que conocerte, no sólo por la curiosidad que me provocó tu entrada sino porque me gustaste de inmediato. Si alguna mujer deseaba conocer en mi vida, era alguien que supiera tratar los objetos, en especial los libros, con la delicadeza que te vi hacerlo. Entonces me tomé la libertad de llevarte el café y sentarme en tu mesa. Nos sonreímos y hablamos del libro que estabas leyendo; era una vieja edición de El Sabueso de los Baskerville, te pregunté cómo lo habías encontrado, y me hablaste de algo llamado Bookcrossing que formaba parte de tu vida hacía tiempo. Ninguno de los dos tenía la esperanza de encontrarse con alguien ahí, en particular tú; como buenos amantes de la soledad ambos habíamos aprendido a ser felices sin depender de la presencia de los demás, o eso creíamos. Pero aquel día había ocurrido una especie de milagro y nos mirábamos sorprendidos. Charlamos hasta muy tarde ese día, pronto se hizo de noche y tuvimos que separarnos. Quedamos en vernos, sin embargo, dos días después, y así fue que pude conocerte más profundamente.

En el lapso de unas semanas nuestras vidas fueron encontrándose cada vez más intensamente, y ambos nos sentíamos como dos planetas solitarios en medio de la negrura del universo que se encuentran de forma tan casual como afortunada, atraídos incesantemente por una gravedad muy dentro de nosotros. Quedar a solas los fines de semana, en tu piso o en el mío, era toda nuestra felicidad; leer del mismo libro o mirar Desayuno con diamantes un sábado por la noche en el sofá, la mejor forma de pasar tiempo juntos. Pasamos el año nuevo así, sin parar de hablar y hacer planes como un par de arquitectos que van diseñando los cimientos de la casa en la que habrán de vivir, mientras a nuestros oídos llegaban los festejos desatados del resto del mundo que nos parecían una vulgaridad. A veces, cuando los silencios se prolongaban demasiado, solías preguntarme, - Nunca me harás daño, ¿verdad? - Jamás, te respondía yo, y espero que tú tampoco. Luego suspirabas y hundías tu cabeza en mi pecho.

Con el tiempo, tuvimos dificultades, pero a pesar de tus errores y los míos, sabíamos que había algo importante entre nosotros y habíamos aprendido tanto el uno del otro que casi podía reconocerme en ti. Era esa cualidad llamada influencia que nunca había sentido antes. Mi melancolía, cultivada pacientemente tras largos años de tranquila soledad, era según recuerdo lo que menos te gustaba de mí. La encontrabas peligrosa, como un mal presagio, contraria a tu habitual entusiasmo a prueba de todo. Con el tiempo, sin embargo, también aprendí de tu optimismo y supe olvidar los fantasmas que me asolaban. Podía decir que era completamente feliz, como nunca lo había sido. Cometí el error de pensar, incluso, que lo que teníamos no podía acabarse nunca. No me advertiste, querida, que incluso el optimismo tiene sus límites, que no todo es posible y que la fuerza de voluntad no era precisamente uno de tus fuertes.

Ocurrió que de un momento a otro empecé a sentirte rara, apenas hablabas y me rehuías. Dejamos de vernos, de hablarnos, y mi teléfono enmudeció por completo. Supe de inmediato que algo andaba mal y no tardaste en confirmarlo tras varios días de lamentables ambages. Quedamos por última vez en el mismo café donde nos habíamos conocido. Entonces me dijiste, tranquilamente, que te habías enamorado de otro, alguien que, para mis adentros, me figuré que supo ser mejor que yo y quizá sabrá hacerte más feliz. Con todo, no pude evitar enojarme, molesto por el tiempo que te habías demorado en decírmelo o, incluso, ocultándomelo. El amor nos vuelve estúpidos. Quizá quise sacar explicaciones donde no las había, tratando de comprender qué fue lo que falló en nuestra relación como si se tratara del mecanismo de un reloj que pudiera componerse de un día a otro. No soy especialmente bueno para juzgar bien los sentimientos de los demás. Me molesté, perdí la razón, no entendía nada. Tampoco lo tomaste a bien y decidiste borrarme de tu vida y me molesté aun más. De pronto había dejado de existir para ti, ¿cómo era posible eso? Aún ahora, no sé qué falló, o quizá no fallo nada, y soy yo el que no entiende cómo funcionan estas cosas. Hace unos días, en la televisión sonó una canción de Jeff Buckley y finalmente comprendí lo que quería decir con el amor es un frío y roto aleluya: El amor acaba, sin más, y suena tan simple pero cuesta tanto asimilarlo en medio de las balas.

Antes de Lucie yo pensaba que el amor era la alegría de saber que alguien existe. Tras algunas experiencias caóticas se había convertido en eso. Podía estar tranquilo sabiendo que alguien pensaba en mí, como si se tratara de una unión transparente que no invadiera mi soledad ni poseyera mi alma, todo por el miedo a ser lastimado. Pero ahora ya no puedo sentirme igual ni por asomo, es como si hubiese vivido en una hermosa ciudad que habiera tenido que dejar por la fuerza y de improviso, dejando tiradas las maletas, las postales y las fotos. Con el paso de los días la frustración se diluye, es verdad, junto con la ira y la pena, pero eso no es lo importante. Se va entendiendo lo que ha ocurrido, pero se lamenta que en el corazón de alguien pueda almacenarse todavía algo de rencor hacía el otro, y es algo que tenemos que quitarnos de encima porque es un escozor que no nos deja en paz y nos ata al pasado. Me inquieta la idea de odiar a alguien definitivamente como si todo lo que me hubiera hecho fuera daño, cuando sobretodo hubo momentos en que tuvimos felicidad, alegría y parecía que todo iba a salir bien. Incluso que alguien piense que todavía le odio, me intranquiliza. La vida se me hace demasiado corta para tener una prisión imaginaria de compañeros, amigos, amantes, que por el hecho de ya no serlo no podré volver a mirarles a los ojos ni decirles: ¿Cómo estáis? Espero que seáis felices ahora.

Quisiera terminar esta historia diciendo que un día volvimos a tomar un café e hicimos las paces, aunque ya tuviéramos rumbos distintos, porque con lo difícil que es la vida uno esperaría que en el arte las cosas salieran un poco mejor, ¿verdad?, por esa razón que amamos tanto los finales felices. Pero no fue así y no sé si vaya a suceder. Nuevamente estoy en Festa del Sol por vacaciones, el mundo sigue girando, la vida se mueve. Mientras espero que pase la llovizna sentado junto a la puerta, en la radio suena Friday, I'm In Love de The Cure. La música penetra mis oídos y me hace sonreír con ganas, antes de salir por el periódico. La primavera ha comenzado otra vez y afuera hace un día estupendo. El aire a mi alrededor viene impregnado de la agradable fragancia de la lluvia. Me siento animado de pronto, como si fuera a encontrar amor a la vuelta de la esquina, en cualquier parte. Pero esas cosas, desde luego, nunca se saben; y una vez que llegan, sabes que se irán, dejando sólo recuerdos y esa sensación de que el amor no era esto, que aunque me cueste tanto, tengo que aceptar.

Sí, el amor era esto.

Ariel