jueves, 6 de marzo de 2008

¿Quién dijo que fuera fácil hacer la cena? por un cocinero frustrado

Décimoquinto relato recibido
Título: ¿Quién dijo que fuera fácil hacer la cena?
Autor: Un cocinero frustrado


¿Quién dijo que fuera fácil hacer la cena?


Todo empezó una tarde cualquiera. Volvía del trabajo y recibí la llamada de mi mujer.
- Cariño, voy a llegar sobre las diez. No te preocupes por la comida, cuando llegue llamaremos para que nos la traigan.
Y el universo se compinchó en ese mismo instante para que tuviera aquel pensamiento que sería mi total perdición: ¡Le daría una sorpresa a mi mujer!
Sí, así, tan feliz y tan despreocupado empecé a pensar que podía hacerle de cena para asombrarla. El resto del camino a casa mi mente empezó a divagar sobre una larga lista de tiernos y sabrosos platos. Tenía que ser algo especial, de eso no tenía duda alguna. Algo que no olvidase jamás.
Lo primero que tengo que decir en mi defensa es que, excepto para ir a coger una cerveza en la nevera, nunca antes había pisado aquel inhóspito y desconocido territorio. Y no fuera porque no lo intentará pero la dueña y ama absoluta de la cocina me lo impedía. Mi mujer siempre me amenazaba cuando me veía aparecer por la puerta. ¿Y quién podía hacerle frente a una cuchara de madera? Yo no, por supuesto. Pero, ahora, ahí estaba, sin guardiana feroz que le protegiese. Podía entrar y ver que misterios se escondían en aquel lugar. Todo era tan nuevo y sorprendente que me quedé ensimismado durante un buen rato. Fue el gran reloj que había en una de las paredes el que me sacó del sueño. Ya había pasado una hora desde mi llegada y todavía no había empezado a hacer nada. Me dispuse a empezar. Repasé en mi mente los ingredientes de la cena. Sí, hay estaban todos… pero no estaban en la nevera, como desgraciadamente comprobé. De acuerdo, no preocuparse, podía escoger cualquier otra receta. Pero, ¿cuál? Mi mente se había quedado en blanco. Ya sé, ese libro que mi mujer suele consultar para hacer la comida. Decidido, buscaría algo en ese libro y lo cocinaría. Aunque… ¿dónde estaba? Fui abriendo uno por uno los armarios de la cocina. ¡Al fin!, ya lo logré encontrar. Lo abrí al azar, buscando alguna receta. Tenía que ser algo rápido y… fácil. Esto último lo descubrí cuando, tras leer la primera receta elegida, me dí cuenta de que sólo entendía una quinta parte del texto. ¿Qué sucedía? ¿Es que había que asistir a un curso especial para poder traducir aquellos vocablos tan extraños? Parecía escrito en otro idioma, quizás ni siquiera fuera de la tierra.
Al fin, tras muchos quebraderos de cabeza, dejé de pasar hojas y me concentré en la receta que acababa de encontrar: una tortilla de patatas. Si mi suegro sabía hacerlas no había motivo para que yo tuviera problemas. Primer error de la tarde: nunca confiarse.
Así pues, me propuse hacer, paso por paso, todo aquello que había escrito en el libro. Lo primero, pelar las patatas. De acuerdo, eso no era difícil, en la mili lo había hecho y no era muy complicado. Cuando más o menos pensé que tenía una buena cantidad leí el paso siguiente: “ponerlas en abundante aceite y freír a fuego medio hasta que estén doradas” Bien, no había mucho misterio. Esperar. Esperar. Esperar. Miré el reloj. No había tiempo. Seguro que no habría mucho problema en subir un poco la temperatura, ¿verdad? Segundo error de la tarde: siempre seguir las instrucciones, nunca improvisar.
Fui a preparar la mesa y en eso estaba cuando un cierto olor a algo extraño llegó a mí. Sí, os podéis imaginar que encontré cuando entré en la cocina: una gran y espesa cantidad de humo. Sin saber cómo, logré llegar a la sartén y rescatar una pequeña cantidad de trozos que no estaban, excesivamente, quemados. El resto, inmediatamente, fueron a parar a la basura. Volví a mirar el libro de recetas. “Batir los huevos y añadir las patatas” No parecía tan difícil… a priori. Pero entonces descubrí que los huevos son las cosas más frágiles que existen y que hay que tener mucho, excesivo, cuidado con su cáscara. No creo que sea conveniente encontrártela en la comida.
Llegué al último y definitivo punto en la receta. Bien, ya estaba por el final y eso era un gran logro. Deslicé con cuidado la mezcla en la sartén y dejé que empezara a cuajar. Esperé, esta vez sí, no fuera a suceder otro desastre. Cuando pensé que ya estaba, cogí un plato para darle la vuelta. Ese mismo gesto se lo había visto hacer a muchas personas, seguro que no era muy difícil… Sí, sucedió lo que imaginas. De repente el suelo se llenó de mi intento de tortilla. Levanté la visto de aquella extraña masa entre liquida y completamente sólida para mirar el reloj. Quince minutos. Todavía no sé como logré limpiar todo a tiempo, sin dejar absolutamente ni una pista de mi inútil y fugaz intrusión en la cocina. Sólo sé que, cuando mi mujer entró por la puerta, se encontró todo absolutamente perfecto, como si nada hubiera sucedido.
- ¿Todo bien cariño?
- Todo perfecto, ¿Qué quieres que pida de cena? – me preguntó desde su territorio, al cual había decidido no pasar nunca jamás.
- Creo que estaría bien comida china, ¿no crees?
- Yo había pensado en pedir una tortilla de patatas, me han hablado de un sitio que las sirven a domicilio y están muy buenas…
A buenas horas. En fin, tortilla de patata fue lo que cenamos, eso sí, para anotarme un tanto, debo decir que la mesa estaban muy bien decorada y con una par de velas brillando entre los dos. Algo era algo.

2 comentarios:

y digo yo dijo...

Me ha recordado aquello que decía Krahe: "¿pero cómo se fríe un huevo frito? Vaya, que me ha divertido mucho la peripecia llena de buena voluntad de este manazas (detrás del cual adivino la mano escritora de una mujer)

Es secretu dijo...

Mmm, no se que pensar. La idea i la forma están bien, pero el fondo no me acaba de convencer. Siendo cierto que las mujeres son mucho más eficientes y profesionales en casi todo que los hombres, tendremos que habilitar un reducto, algo así como la habitación del pánico, pero en sucio, un lugar donde ninguna mujer querría permanecer dada la cantidad de mugre, desorden y eso que algunas llaman olor a hombre, y otras directamente olor a tigre.