miércoles, 28 de mayo de 2008

La visita


(un toque gamberro)


Estaba limpiando el polvo cuando llamaron al timbre. Creyó que sería el cartero, por eso abrió la puerta sin mirar. Se quedó un poco desconcertada por el tipo que tenía enfrente: gordo sin paliativos, con gafas redondas tipo Trotski y calzado con unas zapatillas de felpa a cuadros.

-Permítame, señora, que me presente. O, mejor, que le presente a mi grupo: La armonía universal perfecta -Se interrumpió un momento, mirándola con fijeza- Usted ama la paz, naturalmente.

- Sí, claro –respondió ella, automáticamente.

Él sonrió, satisfecho, haciéndole recordar una raja abierta en una sandía con gafas. Ella dirigió la mirada, sin querer, hacia los pies del individuo.

- Juanetes, señora. Pero eso no importa. Lo importante es... ¿Me permite pasar? Así se lo podré contar con más tranquilidad. Un tema como éste requiere tiempo -prosiguió, untuoso y persuasivo.

Sin saber cómo, estaba preparándole un café, mientras él ocupaba la totalidad del sofá.

- Pero no se quede de pie, señora, por favor, siéntese aquí, póngase cómoda. Con sacarina, gracias.

***

Cuando se quiso dar cuenta, el gordo reposaba satisfecho en su cama. Y desnudo, cielo santo. Muy desnudo. Pero lo peor es que ella estaba a su lado y, desde luego, no llevaba ropa. Se incorporó, envuelta en una nube compuesta por asombro y vergüenza a partes iguales, buscando con qué vestirse. Él la cogió por el brazo.

- ¿Dónde vas, cariño?

(¿Cariño?)

- Es que tengo trabajo -balbuceó-. Yo estaba limpiando el polvo, me parece. Dejé el plumero en la mesita, ¿no?, y creo que aún no se lo había pasado a la foto de Marcelino. No me gusta que se acumule el polvo...

Él la interrumpió, con un majestuoso ademán de la mano libre.

- Ignoro quién será ese Marcelino de que me hablas. Pero, en cuanto al polvo, deja que me ocupe yo, palomita mía.

La atrajo con suavidad, sin encontrar resistencia, todo hay que decirlo. Ella se dejó caer, ruborosa, sobre su extenso pecho, mientras sentía que la galería de vivos por delegación a que había dedicado su vida se escurría de su mente, como tragada por el desagüe del lavabo.


Caracol Osvaldo

1 comentario:

y digo yo dijo...

Puestos a que vengan a darte la lata en tu propia casa, mejor éstos de la armonía universal que los testigos de Jehová, está claro.