lunes, 23 de marzo de 2009

ELLAS

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Cuatro miradas siguieron el movimiento de la pistola sobre la mesa. Cuatro pares de ojos vieron cómo daba vueltas rápidamente en el centro y cómo, poco a poco, iba disminuyendo la velocidad hasta detenerse. Sólo tres de ellas se deslizaron después desde la negra superficie al oscuro tapete rojo sobre el que estaba apoyada, continuando hasta el borde, subiendo por una camiseta gris llena de manchas y pequeños agujeros y llegando finalmente a la nuez de un cuello que subía y bajaba cada vez con más velocidad.

Miraron su cara cuando se apoyó el cañón de la pistola en la frente.

–Así que todo termina de esta manera –dijo Anai, echando su cuerpo hacia delante, apoyándose sobre el borde de la mesa–. ¿No podríamos ayudarle, Eve? –añadió, dejando caer la cabeza sobre las manos y mirando a la persona que tenía a su derecha.

–Va a ser todo un espectáculo –exclamó ésta, también apoyada sobre la mesa pero, a diferencia de la primera, sus ojos brillaban al observar cómo el dedo índice del hombre se colocaba despacio sobre el gatillo.

– No te creas. Sólo se manchará la pared del fondo y nada más –intervino la última mujer–. Lo he visto más veces y, querida, es una de las cosas más repugnantes que puedas imaginar. Todo lleno de trozos de cerebro y sangre… Donde esté una mujer que se quite lo demás. Son más limpias…

–Pero no hay diversión, Iris. Todavía recuerdo a Jack. Eso sí que fue…–Eve se pasó la lengua sobre los labios antes de morderlos ligeramente–. Aparecer de repente en la niebla, tapar la boca a esas mujeres, sentir su desesperación y luego… Ah, todavía siento sus gritos cuando metía el cuchillo en sus cuerpos y sacaba el corazón aún palpitante… Esos sí que eran buenos tiempos.

–¿Por qué tiene que terminar así? Debería haber otra solución. No sé, algo que no implicara morir…

–Las mujeres siempre han sido consideradas las mejores asesinas. No hay nada como una pequeña gota de veneno y listo, ese rey que tanto detesta el pueblo cae sobre la mesa. Veredicto de los médicos: atragantamiento accidental. Si yo te contara cuántas muertes no han sido naturales. No como esto –una de sus manos señaló al hombre que tenían enfrente y que ahora había apretado un poco más el gatillo, hasta la mitad–. Mira cómo le tiembla el brazo que tiene libre y cómo baja el sudor por su cuello…

–No sé cómo os puede gustar todo esto –murmuró Anai, sabiendo que de nuevo no la escuchaban. Levantándose, les dio la espalda. Durante unos segundos observó el lento balanceo de la única bombilla de la habitación, que colgaba tan sólo de unos cables desnudos, y que daba una luz apenas suficiente para alejar las sombras de aquellas cuatro paredes que también carecían de adornos.

–¿Y qué me dices de esos asesinos en serie modernos? No me digas que no son artistas. Escondiendo los cadáveres o dejándolos en cualquier parte a trozos. Eso sí que es buen trabajo…

–Donde esté una buena dosis de veneno que se quite lo demás. Es rápido y sobretodo silencioso. Nada de limpiar luego ni molestar.

–Pero si la sangre es deliciosa. Es increíble la cantidad que puede haber en un cuerpo…

–¿Os estáis oyendo? –les interrumpió Anai furiosa.

–Pero ensucia mucho. No sabes el trabajo que cuesta quitar del todo las manchas de sangre. Además, la mayoría de veces que capturan a alguien es por eso. Siempre queda un rastro…

–Con los venenos igual. En las autopsias…

–No tiene por qué. Hay elementos que no se pueden detectar –dijo Iris, agarrándose un mechón de pelo y retorciéndolo despacio entre sus dedos–. Como te he dicho antes, no sabes la cantidad de asesinatos que se han tomado por muertes naturales.

Se escuchó un pequeño chasquido en la habitación.

–Oh, ya está casi a punto –dijo Eve impaciente, apoyándose todavía más sobre la mesa, a dos metros de la cara del hombre–. Ya era hora. Unos milímetros más y… –sus ojos miraron desilusionados la pared ligeramente oscura que había detrás del hombre. Una pena que no fuera un poco más clara o incluso blanca, pensó. Así hubiera creado un gran efecto.

–El próximo lugar de observación lo elijo yo. Y ya sé dónde vamos a ir. Me han hablado de una viuda que se va a casar otra vez, tras perder a sus últimos tres maridos a la mañana siguiente de la boda, por desgracia –Iris susurró la última parte de forma misteriosa, observando el trozo de pelo que tenía entre sus dedos.

–¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué lo va a hacer?

–Eso es fácil –contestó Iris, echando su pelo hacia atrás mientras se levantaba, se colocaba al lado de Anai y le daba la vuelta, para que viera al hombre con atención–. Sólo hay dos clases de problemas que pueden llevar a esto: dinero o amor.

–Si te fijas bien en él, sabrás cuál es de las dos –añadió despreocupada Eve, desde su posición, ahora a menos de medio metro del hombre.

Anai, a pesar de que no le gustaba aquel nuevo trabajo tuvo que admitir que tenían razón. En ese momento se fijó en el puño de la mano que no agarraba la pistola y cómo, de él, salía una fina cadena. También descubrió el pequeño y casi imperceptible anillo en uno de sus dedos y las lágrimas en sus ojos, rodeados de pequeñas arrugas y enmarcados en unas ojeras bastante oscuras. Encima de la mesa, una fotografía y una carta arrugada.

–Pero eso no es motivo suficiente para…

Sonó un disparo.

Un cuerpo cayó.

En el suelo, la sangre tibia se mezcló con otra que ya se había enfriado. El rostro del hombre se quedó mirando, con ojos vacíos, el cuerpo de la mujer que había matado minutos antes.

Yukko

1 comentario:

Anónimo dijo...

Algú te una mica de pa per a sucar?